Ilustración de Richard Hook
Al escribir el artículo acerca del periodo Kamakura vi rápidamente que los intentos de invasión mongol del siglo XIII merecían sin duda tener su propio artículo. Hablamos de un fenómeno único en la historia, por la naturaleza de los contendientes, por su número, por su unicidad y, sobre todo, por su desenlace, que lo ha hecho entrar en el ámbito de la leyenda, pese a tratarse de hechos históricos documentados. Este artículo puede leerse de forma aislada, aunque, para una mayor comprensión del contexto sería recomendable leer primero el perteneciente al periodo Kamakura.
Introducción
Tras sofocar el intento de rebelión protagonizado por la corte imperial en 1221, el bakufu de Kamakura, liderado por el clan Hōjō, no sólo afianzó su poder sobre el país y debilitó el de la corte, también llevó a Japón a unas décadas de considerable estabilidad que sólo se truncarían a causa de una amenaza proveniente del exterior. Ya desde principios del siglo XIII habían ido llegando a Japón noticias acerca de la fulgurante expansión del Imperio Mongol por buena parte de Asia –en realidad, habían llegado incluso a invadir zonas de Europa y Oriente Medio, en el que fue el mayor imperio de la historia–, pero llegó el momento en el que los mongoles llamaron también a la puerta de Japón.
Hōjō Tokimune
Kublai Khan
En el continente, un nieto del legendario Genghis Khan (1162-1227) había heredado gran parte de su imperio, llegando al trono con el nombre de Kublai Khan (1215-1294) y controlando Mongolia y gran parte de China. En su avance por el territorio chino irían desplazando hacia el sur a la dinastía Song (960-1279), conocida por ello desde 1127 con el nombre de Song del Sur, y fundando Kublai Khan su propia dinastía, la primera de origen no chino, a la que bautizó como Yuan (1279-1368), y que consiguió dominar todo el país en 1279 tras acabar definitivamente con los Song. Japón había mantenido relaciones con la dinastía Song ya desde el periodo Heian, unas relaciones que posteriormente fomentó Taira Kiyomori (1118-1181) y que se mantuvieron durante el gobierno de Kamakura hasta la conquista mongol de toda China. Con otros territorios de Asia Oriental los mongoles establecerían relaciones de vasallaje y tributo gracias a la amenaza que suponía una posible invasión y conquista en caso de no someterse, como sucedería con Corea, invadida por los mongoles y convertida en un estado vasallo en 1260.
En el caso de Japón, el primer acercamiento de los mongoles fue mucho más diplomático y amistoso, en 1268 Kublai Khan hizo llegar una carta a través del rey de Corea al gobierno japonés, dirigido entonces por el shikken y jefe de clan Hōjō Tokimune (1251-1284), de sólo 17 años de edad, en la que se leía:
Desde tiempos inmemoriales, los dirigentes de pequeños países han buscado mantener relaciones amistosas entre sí. Nosotros, el Gran Imperio Mongol, hemos recibido el Mandato del Cielo y nos hemos convertido en los amos del universo. Por eso, innumerables países de tierras remotas han anhelado establecer vínculos con nosotros. Tan pronto como ascendí al trono, cesé la lucha con Koryō (Corea) y les devolví sus tierras y sus gentes. En agradecimiento, tanto su dirigente como su pueblo vinieron a nosotros para convertirse en nuestros súbditos; su alegría es comparable a la de un hijo con su padre. Japón se encuentra cerca de Koryō y desde su fundación ha enviado en numerosas ocasiones emisarios al Reino Central (China). Sin embargo, esto no ha sucedido desde el inicio de mi reinado. Esto tiene que deberse a que no estáis correctamente informados. Es por esto que os hago este envío especial para informaros de nuestro deseo. De ahora en adelante, entremos en relaciones amistosas entre nosotros. A nadie le gustaría tener que recurrir a las armas. (Recogida en Ishii, 1990, traducción propia)
Carta de Kublai Khan a Japón en 1268
Excepto quizá la última frase, la carta no resultaba especialmente amenazadora, y venía acompañada de una nota que el rey de Corea había añadido, en la que afirmaba que los intereses del Khan se centraban más en el prestigio que en la conquista militar. Pero la información acerca de los mongoles de la que disponía el gobierno japonés era bastante negativa, en parte porque les había llegado de los Song, que en aquel momento aún resistían en el sur de China. Por ello, y aunque la corte imperial se mostró favorable a rendirse a las peticiones mongoles, Tokimune desoyó su opinión y decidió no dar ninguna respuesta a Kublai Khan, ignorando completamente su carta. En los años siguientes los mongoles enviaron más cartas al gobierno japonés, y todas fueron ignoradas, incluso una que llegó en 1271 y donde se afirmaba que, de no obtener respuesta, el ejército mongol se dirigiría a Japón a finales de año. Pese a este ultimátum, en mayo de 1272 y marzo de 1273 enviaron dos cartas más, que fueron nuevamente ignoradas por los japoneses, haciendo que Kublai Khan perdiese definitivamente la paciencia y abandonase la vía diplomática.
Pese a todos estos intentos pacíficos de entablar relaciones con Japón, la realidad es que los mongoles habían ordenado hacía tiempo a Corea construir mil barcos y preparar a diez mil soldados destinados a luchar contra los Song del Sur o a invadir Japón si llegaba a ser necesario. Por su parte, Tokimune había empezado a preparar las defensas de Japón ya tras la primera carta de Kublai Khan, reforzando la presencia militar en la isla sureña de Kyushu, la entrada a Japón desde el continente. Así, ambos bandos estaban preparados para el encuentro que estaba a punto de producirse.
Primer intento
El 3 de octubre de 1274 la flota mongol salió de Corea rumbo a Japón llevando a quince mil soldados mongoles y ocho mil soldados coreanos. Dos días después desembarcaron en la isla de Tsushima, donde en una jornada vencieron con facilidad al centenar escaso de soldados japoneses destacados allí, la mayor parte de ellos víctimas de las lluvias de flechas provocadas por los arqueros mongoles; tras la victoria quemaron las casas, acabaron con la vida de numerosos civiles y partieron unos días después llevándose a las mujeres con ellos.
Su siguiente parada fue la cercana isla de Iki, donde desembarcaron el 14 de octubre. Al gobernador de la isla, Taira Kagetaka (?-1274), ya le habían llegado noticias de lo sucedido en Tsushima, por lo que no sólo preparó a su centenar de samuráis, también armó a los civiles de la isla con cualquier cosa que pudiese ser utilizada contra los mongoles. Pese a esta preparación, la resistencia fue inútil. Kagetaka participó directamente en el combate, pero acabó huyendo a su castillo, donde se suicidó acompañado de su familia. Entonces –según las crónicas japonesas– los mongoles cometieron todo tipo de crueldades, como agujerear las palmas de las manos de las mujeres, y así colgarlas a los lados de sus barcos antes de partir. Se sabe también que algún samurái pudo escapar y llegar a Kyushu para dar aviso de la llegada del enemigo.
No sabemos con certeza cuántos samuráis esperaban en Kyushu cuando los mongoles desembarcaron en la bahía de Hakata el 19 de octubre, pero todos los historiadores están de acuerdo en que se trataba de un número muy inferior al del ejército mongol, y suelen darse cifras en torno a los seis mil soldados. Además, los mongoles eran conocidos por la potencia de sus arcos y por su gran habilidad en el combate a caballo, y utilizaban algunos recursos como flechas con la punta envenenada y catapultas que lanzaban bolas explosivas, algo que no se había visto nunca en Japón. El estilo del combate también era muy distinto al de los japoneses, quienes en las batallas solían luchar en parejas de uno contra uno, citando cada uno de los dos contendientes su nombre y genealogía familiar antes de atacar; los mongoles no eran en absoluto tan protocolarios, y atacaban en grupos organizados en formaciones que maniobraban dirigidas por el sonido de tambores y gongs. Se cuenta que los caballos de los samuráis se volvían ingobernables, asustados por el sonido de tambores, gongs y bolas explosivas, lo que desorganizó en un principio a las tropas japonesas. Pese a la superioridad numérica, la bahía de Hakata era un terreno bastante cerrado donde resultaba muy complicado para los mongoles maniobrar y llevar a cabo grandes cargas de caballería, por lo que el ejército samurái pudo contener el ataque de ese primer día de batalla, perdiendo un tercio de sus soldados, y replegarse a cierta distancia al llegar la noche.
Tras quemar completamente la ciudad de Hakata, y temiendo un ataque nocturno japonés, los generales mongoles ordenaron a sus tropas pasar la noche a bordo de sus barcos, para descansar y rearmarse antes de continuar avanzando la mañana siguiente. En cuestión de horas el tiempo en la zona empezó a empeorar rápidamente y, antes de que los pilotos coreanos pudieran sacar la flota de la bahía, las naves quedaron atrapadas por una fuerte tormenta. Aunque parece que no llegó a convertirse en tifón, la tormenta fue lo suficientemente potente como para acabar con la mayor parte de la flota mongol, destrozando por completo cientos de barcos y ahogando a miles de soldados. Las naves que sobrevivieron consiguieron llegar a Corea más de un mes después, el 27 de noviembre, llevando de vuelta a sólo un tercio del ejército. Los mongoles y coreanos que nadaron a la playa de Hakata fueron apresados y llevados a Kioto, donde fueron interrogados y ejecutados.
Imagen perteneciente a la obra Mōko Shūrai Ekotoba, encargada por el samurai Takezaki Suenaga (1246-1314)
Imagen perteneciente a la obra Mōko Shūrai Ekotoba
* Repasando la bibliografía utilizada para este artículo –e incluso alguna que finalmente no he utilizado– me he encontrado con un problema al datar los sucesos de este primer intento de invasión mongol, con un extraño baile de fechas entre los meses de octubre y noviembre, incluso dentro de una misma referencia. Curiosamente, no suele haber muchas discrepancias en cuanto a los días del mes, lo que sería más comprensible, sino en lo referente al mes. Finalmente, y apoyado por alguna fuente primaria, estoy prácticamente seguro de que octubre es el mes correcto en el que debemos situar estos hechos.
En la corte imperial empezó rápidamente a correr el rumor de que un viento sagrado enviado por los dioses había acabado con la amenaza enemiga, gracias a las pregarias que se habían hecho en todos los templos y santuarios del país. El gobierno de Hōjō Tokimune, bastante más pragmático, decidió que vista la clara inferioridad del ejército japonés, deberían prepararse mucho mejor de cara al siguiente ataque mongol, un hecho que daban por descontado. Entre las medidas defensivas que se proyectaron llegó a planearse una invasión de Corea, aunque el plan no pasó de esa primera fase; lo que sí se hizo fue levantar una muralla en Hakata, de veinte kilómetros de largo y de unos tres metros de alto a ambos lados de la bahía, a unos cincuenta metros de la orilla, construida durante cinco años por los campesinos de la zona y cuyos restos aún pueden visitarse en la actualidad. Además, se construyó un gran número de pequeñas embarcaciones de guerra y se destinó un ejército mucho mayor a la zona. Por su parte, Kublai Khan volvió a intentar un acercamiento amistoso, enviando una nueva embajada diplomática a Japón en abril de 1275; esta vez el gobierno japonés, en lugar de ignorar a los emisarios como en todas las anteriores ocasiones, decidió sencillamente decapitarlos y exponer las cabezas publicamente como respuesta. Pese a este claro desafío japonés, los mongoles estaban demasiado ocupados por aquel entonces luchando contra los Song del Sur como para responder, y Kublai Khan no pudo volver a pensar en Japón hasta hacerse definitivamente con el control de toda China en 1279. En ese momento, sorprendentemente, volvió a insistir una vez más en la vía diplomática, enviando una nueva embajada y advirtiendo que, si Japón no se rendía, correría la misma suerte que los Song. La respuesta del bakufu de Kamakura fue una nueva decapitación de los emisarios mongoles en cuanto pusieron un pie en territorio japonés. De nuevo, se había agotado la vía pacífica.
Segundo intento
Kublai Khan, decidido a vengar la derrota de 1274, una de las pocas sufridas por el Imperio Mongol y debida principalmente a la mala suerte, planeó un ataque mucho mayor, creando incluso un ministerio dedicado exclusivamente a la conquista de Japón, desde donde se ordenó a Corea construir novecientos barcos de guerra y a las zonas recién conquistadas del sur de China otros seiscientos, que se unirían a la flota que ya poseía, arrebatada a los Song. El ataque se compondría inicialmente de dos divisiones: la de la ruta del este, con diez mil soldados coreanos, diez mil soldados del norte de China y treinta mil soldados mongoles que partirían desde Corea a bordo de novecientos barcos; y la de Chiang-nan, que saldría del sureste de China con tres mil quinientos barcos ocupados por nada menos que cien mil soldados chinos, provenientes de zonas acabadas de conquistar a los Song, siendo este uno de los motivos que se han atribuido a su poca efectividad en batalla, su falta de entrega y motivación por encontrarse luchando para quien hasta hacía muy poco era su propio enemigo. Con la suma de ambas divisiones, se trataba de la mayor flota naval jamás desplegada hasta entonces, un ejemplo de lo importante que era la invasión de Japón para Kublai Khan. De nuevo, no tenemos datos acerca del número de soldados que componían el ejército japonés, pero se trataba sin duda de una cifra muy inferior a la del gigantesco despliegue mongol-chino-coreano.
Según el plan inicial, la división coreana debería esperar en la isla de Iki a la llegada de la división china y, entonces, partir unidas hacia Kyushu, pero la división del este, que había salido de Corea el 3 de mayo de 1281, decidió no seguir lo planeado y dirigirse hacia Japón sin esperar más a la flota del sur, después de haber invadido fácilmente la isla de Iki el 10 de junio. Cuando llegaron a la playa de Hakata el 21 de junio se encontraron con la muralla japonesa desde donde los arqueros samuráis causaron un gran daño a los soldados mongoles, obligándoles finalmente a volver a embarcarse. Al ver al enemigo retirarse a sus barcos, los soldados japoneses salieron en su persecución con las pequeñas embarcaciones que se habían construido para ello, mucho más ágiles en las cerradas aguas de la bahía, abordando e incendiando tantos barcos coreanos que el ejército invasor se vio forzado a abandonar el plan de tomar Hakata y volvió a la isla de Iki para esperar la llegada de la otra división, tal y como estaba planeado en un principio.
Imagen perteneciente a la obra Mōko Shūrai Ekotoba
Por fin, a mediados de julio la gran flota de la división de Chiang-nan llegó a Japón, a Hirado en lugar de a Iki, donde se reunieron ambas divisiones para dirigirse juntas a la cercana bahía de Imari. El plan consistía en avanzar por tierra desde allí hacia el norte, para poder tomar Hakata desde detrás de la muralla, pero parte del ejército japonés les estaba esperando y defendió la posición durante dos semanas de batalla. La situación de tablas no podía durar demasiado, puesto que la superioridad numérica de los mongoles antes o después tendría que empezar a desequilibrar la balanza en su favor, pero, de nuevo, pasó lo imprevisto. Durante los días 15 y 16 de agosto un potente tifón asoló por completo la zona, destrozando casi todos los barcos que componían la flota mongol, cuyos ocupantes se ahogaron en el mar, y dejando indefensa en tierra a parte del ejército, que cayó fácilmente bajo las tropas samuráis. De los más de cuatro mil barcos, se cree que sólo unos doscientos sobrevivieron al tifón, pudiendo volver a Corea.
Conclusión
Obviamente, la forma en la que terminó el segundo intento de invasión mongol no hizo sino acrecentar la creencia en una salvación divina que ya se había dado tras el primer intento, con religiosos como Nichiren (1222-1282) atribuyéndose el mérito de la victoria japonesa debido a sus plegarias a los dioses. Por su parte, el gobierno japonés volvió a considerar la idea de invadir Corea, pero finalmente volvió a preferir mantener las defensas en Kyushu, defensas que mantuvo durante dos décadas más, y que finalmente no fueron necesarias porque los mongoles no volvieron nunca. Kublai Khan organizó en 1283 un nuevo ministerio para planear un tercer intento de invasión, pero la operación tuvo que irse aplazando por asuntos que requerían una mayor urgencia, como la conquista del sureste asiático, zonas como Vietnam, Birmania o Java, que acabaron sometiéndose como vasallos; para cuando pudo volver a poner la mirada en Japón, ya era demasiado tarde para él, el gran khan murió en 1294.
Este episodio de la historia supone una de las pocas derrotas del poderosísimo Imperio Mongol que, después de haber conquistado la mitad del mundo conocido, debería de haber podido invadir el territorio japonés con facilidad. Para Japón supuso la primera amenaza exterior de su historia, puesto que a China nunca le había interesado conquistar Japón ni, en general, ningún otro país, y Corea nunca había llegado a ser lo suficientemente poderosa como para ni siquiera llegar a pensarlo. La victoria ante los legendarios mongoles significó para Japón el nacimiento de un fuerte sentimiento patriótico y de unidad, hasta entonces desconocido a causa de las frecuentes disputas internas y a la ausencia de un enemigo externo. A ojos japoneses, quedó demostrado que Japón era sin duda el país de los dioses, puesto que no podía explicarse de otra forma la salvación por dos veces gracias a la llegada del viento divino. No es de extrañar que, la siguiente vez que el país se sintió a punto de ser invadido por un enemigo exterior, unos setecientos años más tarde, se bautizase a una de sus estrategias militares, la más desesperada, justamente con ese nombre: viento divino, en japonés, “kamikaze”.
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