Me encanta la Historia de los s.XVI-XVII, tanto europea como asiática, y en especial japonesa. Fue un momento de especial ebullición y grandes descubrimientos en todos estos lugares, es imposible aburrirse estudiando este periodo. Y parte de esa actividad frenética surge del Contacto con el Otro, así, en mayúsculas, que en el caso de Japón-Occidente es un tema que me interesa muchísimo y en el que, más adelante, tengo intención de ahondar bastante. Hoy quiero sencillamente hacer una pequeña introducción a una de las figuras más importantes dentro de este proceso, no será la última vez que hablemos de él.
Francisco Javier, uno de los fundadores de la Compañía de Jesús junto con Ignacio de Loyola, es el verdadero pionero en la tarea de llevar la religión católica a Japón, lugar donde desembarca en 1549 después de ocho años encargándose de la misma tarea en otras zonas de Asia. Pero, a diferencia de todos esos lugares, en Japón tiene que ser él quien empiece a construir su empresa desde cero, pues aunque hacía seis años que los primeros portugueses habían llegado al país, eran éstos comerciantes que habían limitado a eso su actividad y además de forma muy esporádica. Así, Javier y su pequeño grupo tienen que empezar la labor evangelizadora sin nadie que haya allanado el camino y sin tener apenas información, pese a llevar más de un año intentando recabar noticias sobre el país, el idioma y las costumbres.
Antes de proseguir, hay que recordar que, aunque actualmente podemos ver el concepto de razón, al que solemos llamar ciencia, como opuesto al de religión, en la época de Javier la religión (católica, claro) se asienta sobre la razón, una razón que nos debe llevar a descubrir los principios morales universales, aquello que está bien y aquello que está mal, unos valores únicos, iguales y necesarios a toda la humanidad. Y Javier, además, es un ferviente defensor de esta forma de pensar tomista, cree que el uso de la razón ha de llevar, necesariamente a la aceptación de la fe católica como única y verdadera.
Por eso, cuando llega a Japón y descubre que sus habitantes son “gentes que se rigen sino por razón”, es muy optimista y piensa que necesariamente se harán cristianos una vez se les convenza utilizando argumentos racionales. Además, el hecho de que en todo el territorio se utilice una misma lengua y que ya existan diferentes doctrinas religiosas, añade más motivos para ser optimista y decir que “esta isla de Japón está muy despuesta para en ella se acrecentar mucho nuestra santa fe”. Desde un primer momento, queda fascinado por el país y sus habitantes, como se demuestra cuando dice “entre gente infiel non se hallará otra que gane a los japanes”. Por ello se muestra completamente contrario a ningún tipo de invasión ni imposición por la fuerza, por innecesario, pues cree que se atendrán al poder de la razón.
Justamente por la fascinación que le provocan los japoneses, se horroriza con algunas prácticas que desde su posición ve incomprensibles y contrarias a todo razonamiento, como la sodomía practicada por los bonzos que, lo que es peor, no niegan y ven como algo normal, sin entender éstos el motivo del escándalo por parte del jesuita. Pero Javier nos sorprende al aducir estas prácticas a motivos culturales, de tradición y estructura social, lejos de la censura e inquisición practicadas en su época.
Como primera estrategia a la hora de abordar su misión, Javier adopta una forma de actuar cercana al método antropológico: antes de actuar pasa por una fase de observación y atención a cuanto le rodea, además de dedicarse al aprendizaje de la lengua. Esto último lo ve como algo prioritario y hace que se empiecen a traducir textos religiosos al japonés, con la dificultad que conlleva la traducción de términos de un universo mental a otro completamente distinto. Estas dificultades, cree Javier, se podrán salvar gracias a la fuerza de la razón y los conceptos que son comunes en todos los hombres y sociedades.
Pese a ver a los bonzos como rivales, empieza a visitarles asiduamente en sus monasterios para dialogar con ellos, preguntando y haciéndose escuchar, con la creencia de que habrá un entendimiento, ya que éstos son estudiosos y hombres de razón, y llega incluso a hacerse amigo de alguno de ellos. El diálogo entre culturas con bases de pensamiento tan distintas lleva a cuestionarse los dogmas monolíticos, tanto los de una como de la otra, haciendo surgir dudas sobre temas que, de no darse el encuentro, nunca se verían cuestionados y, justamente, el compartir estas diferencias es una forma de aproximarnos e igualarnos al Otro. En este encuentro de posturas antagónicas, la razón deberá actuar como árbitro imparcial y no cabe otro resultado, cree Javier, que la victoria de la verdad, esto es, la doctrina católica.
Y, aunque con el fin de combatirlos, y hacerles ver a ellos y a su sociedad que están equivocados, Javier se lanza al conocimiento del Otro desde dentro, lo que es toda una novedad, y nos da una nueva muestra de su capacidad de adaptación. Al observar la sociedad japonesa, se da cuenta de que debe modificar las formas si quiere llegar a la gente, por lo que empieza a vestir sus actos y ceremonias de gran pompa y etiqueta, al darse cuenta de lo dado a este tipo de costumbres que es el pueblo japonés. Vemos así que no quiere imponer su forma de vida a la fuerza y en todas sus facetas, como sí se ha hecho en la práctica totalidad de lugares recién descubiertos donde se ha introducido la fe católica. Pese a venir de un mundo de ideas universales y verdades absolutas, Javier ve rápidamente la peculiaridad y singularidad de Japón. Por ello recomienda que de entonces en adelante, sólo los mejores misioneros y “pesoas de muita esperentia” sean enviados a estas tierras.
Vuelve a mostrarse muy abierto a modificar normas llegado el caso específico cuando recomienda a su sucesor, Cosme de Torres, como norma para Japón que “nao sendo cousa que fose ofensa do Señor, parese, que seria de muito proveito nao mudar nada”. Aunque el mismo Javier, a veces, parece olvidarse de esa capacidad de adaptación con que nos sorprende a menudo y, no en pocas ocasiones, pierde los estribos y las formas, cayendo en descortesías y ofensas que, dado el alto valor que los japoneses dan al protocolo, manchan el mensaje que quiere transmitir haciendo que éste sea rechazado directamente por llegar en la forma en que llega. Esto nos enseña que bajo la razón, el orden y la organización, se esconde una persona con emociones y pasiones, creencias y miedos, dándose así una mezcla de ambas facetas: no existe una racionalidad pura.
Y es esta vertiente humana la que lleva a Javier a una actividad casi frenética y le hace, después de sólo dos años y medio, dejar Japón en 1551 rumbo primero a India y después a China, en cuyas puertas acabará encontrando la muerte al año siguiente. A Francisco Javier se le ha llamado “el Apóstol de las Indias” y la Iglesia Católica lo ha tenido como ejemplo de misionero en tierra infiel, llegando a canonizarlo como San Francisco Javier en 1622 y nombrarlo patrono de distintos lugares y obras.
Bibliografía
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