En la Historia Japonesa no abundan los nombres propios, se mueve más por clanes, familias, provincias y otros tipos de grupos de personas, y pocos son los individuos que destacan por ellos mismos, en solitario. En este artículo hablamos de una de las excepciones, quizá de la principal, pues Toyotomi Hideyoshi podría casi con total seguridad considerarse la figura más importante y decisiva de la Historia de Japón. He decidido dividir este tema en dos artículos, dedicando uno al ascenso de Hideyoshi al poder y a la Guerra de Corea, y este a su relación con el cristianismo, que llegó a Japón en su época. Además, uno de los sucesos incluidos en este tema, debido a su importancia, es tratado en otro artículo.

Relación con el cristianismo de Portugal, misión jesuita

Al asumir el liderazgo del clan Oda, Toyotomi Hideyoshi (1537-1598) continuó en un principio con la misma política de tolerancia hacia los misioneros cristianos que había mantenido Oda Nobunaga (1534-1582), podríamos decir que su amistad le podía beneficiar en cuanto al comercio y las armas de fuego, no planteaban de momento una preocupación y estaba demasiado ocupado intentando unificar el país. Recibió en numerosas ocasiones a los jesuitas, incluyendo varias visitas del portugués Gaspar Coelho (1530-1590), a quién concedió un permiso oficial para que los sacerdotes residiesen en el país e incluso los eximió del pago de impuestos –favor del que ni siquiera gozaban los bonzos budistas.

Esta actitud tolerante e incluso favorable hacia el cristianismo empezó a cambiar a partir de 1587, cuando Hideyoshi conquistó la isla de Kyūshū y se dio cuenta del gran poder que tenían allí los jesuitas. Lo más preocupante del asunto era que allí varios daimyō se habían convertido ya a la nueva religión, como Ōmura Sumitada (1533-1587) –Bartolomé tras su bautismo–, Ōtomo Sōrin (1530-1587) –Francisco–, o Arima Harunobu (1567-1612) –Protasio. Además, en 1580 Ōmura había cedido a perpetuidad la pequeña villa de Nagasaki a los jesuitas, quienes la habían convertido en un importante puerto y una ciudad en rápido crecimiento gracias al comercio portugués, que desde ese momento no necesitó ir buscando puertos en los que recalar. Este mismo daimyō, una vez bautizado, había mandado tirar abajo e incluso incendiar gran cantidad de templos budistas y santuarios shintoístas de sus dominios y obligado a convertirse a más de sesenta mil de sus súbditos, prácticas que posteriormente habían copiado otros señores cristianos. Hideyoshi comprobó también que los jesuitas solían entrometerse en asuntos de política, habiendo mediado el portugués Coelho a favor de sus intereses en los conflictos entre diferentes daimyō de la zona antes de la llegada de Hideyoshi. El mismo Coelho, en una visita al Taikō en Osaka un año antes ya le había sorprendido al decir –en una conversación acerca de la campaña sobre Kyūshū– que él podría hacer que los daimyō cristianos se uniesen a Hideyoshi, un desliz arrogante que ponía de manifiesto su influencia sobre estos señores conversos.

El 23 de julio de 1587, con Kyūshū ya bajo su control, Hideyoshi convocó a Coelho a una reunión en Hakozaki –en la actual ciudad de Fukuoka–, y el jesuita llegó a bordo de una flamante fusta, una embarcación ligera, armada con una potente artillería, construida hacía poco en Nagasaki por un armador portugués y muy superior a cualquier nave japonesa. La fusta causó sensación en el puerto ya a su llegada unos días antes, llegando a oídos del propio Hideyoshi, quien pidió poder visitarla, comprobando con asombro el armamento y las posibilidades de la embarcación. Tras la entrevista, de carácter cordial y amistoso, algunos daimyō cristianos se apresuraron a sugerir a Coelho que regalase la fusta al Taikō cuanto antes, porque tal exhibición podía ser perfectamente interpretada como una arrogancia y una velada amenaza, algo a lo que el jesuita accedió, aunque quizá demasiado tarde. Un tiempo después, Alessandro Valignano (1539-1606), visitador general de las misiones en las Indias, culparía al comportamiento de Coelho en estas dos entrevistas en 1586 y 1587 de lo que sucedería a continuación, pues en ambas había demostrado no conocer bien a los japoneses, algo primordial dentro de la estrategia del napolitano. Pese a estas palabras de Valignano, los historiadores jesuitas suelen culpar de lo sucedido a las acusaciones por parte de los bonzos.

Esa misma noche Hideyoshi envió un mensajero a uno de los principales daimyō cristianos, Takayama Ukon (1552-1615) –Justo–, con una orden muy concreta: que renunciase a su fe o afrontase la inmediata confiscación de todas sus tierras y el exilio. Podríamos decir que por desgracia para los jesuitas, Takayama resultó ser un cristiano convencido y no sólo un oportunista interesado, puesto que el daimyō respondió que nunca podría renunciar a su fe, por lo que aceptaría el castigo con gran alegría. Se trataba sin duda de lo que Hideyoshi necesitaba para acabar de convencerse de que, si a estos señores conversos se les hacía elegir entre su nueva religión y la obediencia a su máximo superior, él, elegirían lo primero, y eso les convertía en un claro peligro. Al recibir la respuesta, ya de madrugada, envió un nuevo mensajero, esta vez a Coelho, con una nota en la que había únicamente cuatro preguntas:

Estatua de Takayama Ukon en Manila

1. ¿Por qué los padres incitan con fervor y prácticamente obligan a convertirse al cristianismo?
2. ¿Por qué destruyen los templos budistas y shintoístas, y persiguen a los bonzos?
3. ¿ Por qué actúan irracionalmente comiendo carne de vaca y de caballo?
4. ¿Por qué los portugueses compran muchos japoneses y los llevan como esclavos?*

A lo que el jesuita portugués, muy alarmado por lo intempestivo de la visita y el carácter acusatorio de las preguntas, respondió:

1. Los padres van a Japón para salvar almas, por tanto, hacen grandes esfuerzos para conseguirlo, pero no obligan a nadie.
2. Los japoneses destruyeron estos templos por sí mismos al entender que no obtendrían la salvación por medio de esas religiones.
3. Ni los padres ni los portugueses tienen por costumbre comer carne de caballo, sí la de vaca, pero si esto supone un problema, puede dejar de hacerse.
4. Los japoneses venden a esta gente. Por tanto, los portugueses la compran. Para los padres es un asunto muy triste. Cuando su alteza mande a los señores de estos puertos que se deje de vender a esta gente, desaparecerá esta costumbre.*

A la mañana siguiente se publicó el que se conoce como “edicto anticristiano”, llamado en realidad Bateren Tsuihōrei, “Edicto de expulsión de los sacerdotes”, que marcaría un punto de inflexión para el cristianismo en Japón:

Disposición del Jefe del Estado
1. Japón es el país de los dioses. Por tanto, es absurdo que los padres cristianos vengan a este país a predicar enseñanzas heréticas.
2. Los padres vienen a nuestro país y hacen a los japoneses convertirse al cristianismo. Bajo la influencia de aquellos, los japoneses destruyen los templos shintoístas y budistas. Es un asunto inaudito. Si voy a dar territorios señoriales a mis vasallos, estas cesiones son temporales. Por eso, mis vasallos tienen que respetar rigurosamente las normas ordenadas por mí.
3. Si admito con tolerancia la voluntad y el deseo de los cristianos y la evangelización de los padres, bajo ningún concepto podré permitir que ellos violen la religión japonesa. Los cristianos ya han destruido templos japoneses y perturbado el orden religioso japonés. Los padres no deben estar en Japón. Dentro de veinte días los padres tienen que regresar a sus países, debiendo en ese plazo resolver los temas y gestiones que les quedaran pendientes. Dispongo que si alguien intenta dañar a los padres, será sancionado.
4. Como los comerciantes portugueses vienen a Japón no para evangelizarlo, pueden entrar libremente en este país, y pueden hacer negocios comerciales.
5. Si no infligen daños a la enseñanza de los dioses japoneses y de Buda, en este caso los comerciantes y la gente que viene desde India pueden entrar libremente en Japón.*

(* Citado de Takizawa, 2010. Traducción del japonés al castellano por el profesor Takizawa.)

Además de esto, Nagasaki y el resto de propiedades de los jesuitas les fueron confiscadas y la ciudad portuaria pasó a depender personalmente de Hideyoshi. Los sacerdotes se mostraron lógicamente muy sorprendidos por este cambio repentino en la actitud del Taikō hacia ellos, y Coelho llegó a pedir ayuda militar a Manila y Macao, e intentó que algunos daimyō cristianos se sublevasen –para mayor enfado de Valignano–, aunque nada de esto sucedió. Finalmente, los jesuitas ganaron algo de tiempo argumentando que no podían marcharse de Japón hasta seis meses más tarde, puesto que no habría ningún galeón a Macao hasta entonces, a lo que Hideyoshi accedió.

Llegado el día, los jesuitas decidieron desobedecer el edicto, simulando una partida en la que únicamente salieron de Japón algunos sacerdotes que tenían que ir a China por otros asuntos, continuaron desarrollando su actividad misionera, aunque de forma muy discreta y casi clandestina. Hideyoshi era obviamente conocedor de ello, pero optó por no hacer nada al respecto, y el edicto no se llegó a implementar, únicamente se destruyeron algunas iglesias y se obligó a algunos daimyō a renunciar a su fe. El Taikō sabía que si expulsaba completamente a los sacerdotes, Felipe II (1527-1598) no permitiría el comercio portugués en Japón, por lo que, de momento, esperaba que los jesuitas hubiesen captado el mensaje, evitasen inmiscuirse en asuntos políticos y procurasen desarrollar su misión sin hacer demasiado ruido; y llegado el caso –que llegaría– tenía ya una ley a la que acogerse si los religiosos volvían a confiarse y actuar libremente. Éstos tenían que aprender que el periodo de guerra civil había terminado y ya no valía de nada ganarse el favor de ningún daimyō, puesto que estos señores ya no eran gobernantes absolutos de sus territorios sino hombres del Taikō, sujetos a sus órdenes.

Relación con el cristianismo de Castilla, misión franciscana

Desde el edicto de 1587, Hideyoshi buscaría abrir una posible vía de comercio que no pasase necesariamente por los portugueses y, puesto que el trato con los chinos seguía cerrado, las Filipinas –controladas por los castellanos– eran una de las pocas alternativas disponibles, así, a partir de 1591 se autorizó el comercio con Manila. De todas formas, se trató de un flujo muy fluctuante y bastante pobre, con la llegada de menos de una veintena de navíos japoneses registrados en la capital filipina. En cuanto a las mercancías intercambiadas, sabemos por los documentos castellanos que el principal negocio era el de la plata japonesa –Japón producía en ese momento nada menos que un tercio de la plata mundial– a cambio de la seda china, con lo que realmente se trataba básicamente de hacer de intermediarios en el interrumpido comercio entre Japón y China. Aparte de esto, Filipinas importaba cáñamo, cobre, hierro, acero, plomo, salitre, mantas, pólvora, espadas, trigo, harinas, jamones, atún, cecina, etc. y en Japón estaban muy interesados por cierto tipo de vasijas de cerámica filipina.

Es dentro de este interés de Hideyoshi por el comercio con Filipinas donde nacen las relaciones oficiales entre ambos países, que se limitaron básicamente al intercambio de varias embajadas diplomáticas teñidas por el miedo y la desconfianza por el lado castellano, el envío de algunas cartas entre el Taikō y el gobernador de Manila en las que se intercambiaba ambigüedad japonesa por vacuidad castellana destinada a ganar tiempo y, quizá lo más importante, el oportunismo de las órdenes mendicantes –franciscanos principalmente, pero también dominicos y agustinos– al utilizar este proceso como trampolín para dar el salto –de forma más o menos legítima– a Japón y acabar así con el monopolio jesuita.

Felipe II y Toyotomi Hideyoshi (obviamente, estas dos estatuas no se encuentran juntas, se trata de un montaje que me he permitido hacer)

Las primeras referencias a Japón que aparecen en la documentación filipina nos hablan tanto de la llegada de comerciantes japoneses a las islas como de distintos ataques por parte de piratas japoneses, donde se describe su gran belicosidad. Fueron los piratas japoneses, en efecto, un gran problema de la época tanto para la Manila castellana como para Corea o la China de los Ming, e incluso para el propio Japón, pues el asunto les comportó no pocos conflictos diplomáticos y comerciales con sus países vecinos. El resto de alusiones a japoneses suelen hacer referencia a los que habitaban el parián o barrio japonés en Manila, unos mil quinientos en su momento más álgido, dedicados principalmente al comercio.

La situación cambió considerablemente a partir de 1590, cuando Toyotomi Hideyoshi venció en el asedio a Odawara a los Hōjō, el último clan poderoso que se le oponía, quedando solamente por conquistar la zona norte del país, que sucumbiría fácilmente sólo un año después. Hasta entonces, los países vecinos poco tenían que temer de un Japón ocupado desde hacía más de un siglo en sus propias guerras internas, pero con la unificación bajo el gobierno firme de Hideyoshi, desaparecía esta tranquilidad. Así, a partir de este momento y durante décadas, en Filipinas existió un miedo constante a un intento de conquista de las islas por parte de Japón, tal y como vemos en infinidad de documentos de la época, a veces sólo como un temor y otras como rumores más o menos fundados e incluso testimonios rotundos. Las autoridades de Manila dieron credibilidad a estas informaciones, o por lo menos prefirieron ser precavidos, y el gobernador Gómez Pérez Dasmariñas (1539-1593) decretó el estado de guerra y, entre otras medidas, mejoró las defensas de la ciudad y pidió refuerzos a Nueva España. Dasmariñas creía que Hideyoshi, una vez pacificado Japón, había dispuesto un gran ejército y estaba simulando estarse preparando para atacar Corea cuando en realidad su objetivo era invadir las Filipinas.

El 29 de mayo de 1592 llegó a Manila una embajada japonesa con una carta de Hideyoshi para el gobernador de Filipinas en la que no quedaba muy claro si se ofrecía una relación de amistad o se exigía una relación de vasallaje, aunque sí se anunciaba un ataque militar en caso de denegar la petición de Japón. Los castellanos eran completamente contrarios a ofrecer cualquier muestra de sumisión a Hideyoshi, pero tampoco querían ofenderle porque sabían que no estaban en absoluto preparados para combatir a sus ejércitos, por lo que optaron por ganar tiempo, no haciendo ni una cosa ni la otra por el momento, mientras esperaban más recursos enviados desde Nueva España. Así, durante los siguientes cuatro años se sucedieron una serie de embajadas, tanto desde Manila a Japón como en el sentido contrario, que no sirvieron para hacer avanzar la relación entre ambos archipiélagos hacia ningún sitio.

Quienes sí consiguieron avanzar fueron los franciscanos, que desde su llegada a Filipinas en 1575 habían insistido de forma infatigable en pedir permiso para llevar su misión hasta Japón –territorio adjudicado a Portugal y, por ello, competencia de los jesuitas. En 1593 el sacerdote franciscano Pedro Bautista (?-1597) fue enviado como embajador junto con tres padres más de su misma orden y tras entregar las cartas y presentes que llevaban pidieron permiso para quedarse en el país como señal de buena voluntad, algo que fue aceptado por Hideyoshi. Y aunque estaban en Japón en calidad de embajadores y no de misioneros, una vez establecidos allí, empezaron con su misión evangelizadora en la capital, sin esconderlo demasiado ni intentar adaptarse a la sociedad japonesa, tal y como habían hecho los jesuitas décadas antes. Obviamente, Hideyoshi era conocedor de todo ello, pero de momento creyó que se trataba de un mal menor, necesario para mejorar la relación y el comercio con Castilla, y lo dejó pasar. La permanencia en Japón de los franciscanos era además muy útil para Filipinas, puesto que los sacerdotes enviaban informes a Manila acerca de todo lo que sucedía en el país, como la muerte del sobrino de Hideyoshi o lo que se sabía de la guerra en Corea; alguno de estos franciscanos llegaba a recomendar una invasión de Japón por parte de Castilla, algo en lo que creía que los daimyō cristianos colaborarían sin duda.

Imagen del franciscano Pedro Bautista –hoy santo– en el santuario que lleva su nombre en Quezón, Filipinas

La situación cambiaría a partir de finales de 1596, con el incidente del galeón San Felipe y la consiguiente ejecución de los 26 religiosos conocidos desde entonces como “los mártires de Nagasaki”. Estos hechos se entendieron desde Manila como el final de la relación de relativa amistad que tenían con Hideyoshi, aunque para el Taikō se trató sólo de una especie de llamada de atención, algo así como un aviso. Así, los castellanos volvieron a temer una invasión japonesa de las Filipinas, como se había temido antes de los primeros contactos en 1592 –si es que alguna vez había desaparecido la sospecha. Por ello, se continuó trabajando en las defensas de Manila y toda su isla y, en un movimiento calcado a otros que se habían efectuado en el pasado, se decidió enviar una embajada a Japón para, nuevamente, ganar tiempo y tratar de recuperar tanto la carga confiscada del San Felipe –sumamente importante para la economía de las Filipinas– como los restos de los mártires de Nagasaki.

El siguiente giro completo en el escenario de las relaciones entre Japón y Castilla se produciría a mediados de septiembre de 1598 cuando, con sólo cinco días de diferencia, murieron primero Felipe II y después Hideyoshi. Al primero lo sucedería inmediatamente su hijo Felipe III (1578-1621), pero con Hideyoshi la sucesión no era tan sencilla y todo quedaba interrumpido, incluyendo tanto la Guerra de Corea como las relaciones con Manila. Pese a la muerte del Taikō, en las Filipinas se siguió temiendo una invasión japonesa, basando esta vez el temor en el final de la guerra en Corea y el consiguiente retorno de un grandísimo número de soldados a Japón.

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López-Vera, Jonathan. “Toyotomi Hideyoshi, relación con el Cristianismo” en HistoriaJaponesa.com, 2014.