Amaterasu saliendo de la cueva
Este blog va explicando la Historia Japonesa de forma desordenada pero, si hubiese empezado por el principio, por el principio absoluto de todo, esta habría sido la primera entrada.
En el principio de los tiempos, una serie de kami (divinidades) aparecieron en Takamagahara, algo así como la Alta Llanura del Cielo, situada sobre una inmensa masa de líquido. Los dioses entonces enviaron a dos de ellos, Izanagi (Aquel que invita) y su esposa Izanami (Aquella que invita), para que convirtiesen este líquido en tierra firme. Para ello, les dan una lanza llamada Amenonuhoko (Lanza celestial), que Izanagi sumerge en el líquido y, al sacarla, deja caer unas gotas que se convierten en la isla de Onogoro (Autogenerada). Una vez han creado esta isla, Izanagi e Izanami descienden a ella para empezar a poblarla. Construyeron un palacio dentro del cual se encontraba una columna, giraron en torno a ella en sentido contrario hasta volver a encontrarse y entonces intercambiaron saludos, hablando primero ella, antes de unirse para procrear. Los dos hijos que nacieron de esta unión no fueron considerados deidades por no estar bien formados, así que se deshicieron de ellos. Los demás dioses que estaban en Takamagahara les informaron de que esto había sucedido porque al encontrarse en torno a la columna debería haber hablado primero Izanagi.
Repitieron el ritual de esta manera y entonces sí lograron concebir infinidad de divinidades así como las ocho islas principales de Japón y algunas otras menores. Pero no todos sus descendientes nacieron por vía vaginal, muchos de ellos surgieron de otras partes del cuerpo e incluso de “deshechos orgánicos”. El que sí nació de forma normal fue Kagutsuchi, el dios del fuego, por lo que Izanami murió quemada, no sin antes dar nacimiento a más de cincuenta otras deidades e islas, que salieron de sus órganos mientras ella agonizaba. Izanagi, sin poder contener su furia, mató a Kagutsuchi, de cuyo cuerpo y salpicaduras de sangre surgieron casi una veintena de otras deidades. No dispuesto a resignarse con perder a su esposa, Izanagi decidió viajar a Yomi, el inframundo, para traerla de vuelta, pero al encontrarla y fabricarse una antorcha para verla, la descubre en avanzado estado de descomposición y medio devorada por gusanos. Izanagi huyó despavorido para escapar del inframundo, mientras Izanami, los gusanos ahora convertidos en serpientes de trueno y otros seres que habitaban Yomi se lanzaron a perseguirle. Cuando finalmente alcanzó las puertas de esta tierra de los muertos, Izanagi bloqueó la salida con una gran roca para ponerse a salvo. Entonces Izanami, enfurecida, lanzó una maldición según la cual mil personas morirían cada día; para compensarlo, Izanagi lanzó una bendición por la que mil quinientas personas nacerían también cada día.
Izanagi e Izanami, creando las islas del archipiélago japonés
Para purificarse tras la visita a Yomi, Izanagi lavó sus ropas y a sí mismo, en cuyo proceso fueron naciendo una nueva serie de divinidades, de distintas partes de su cuerpo o su vestido. Los últimos tres dioses aparecidos en este momento, nacidos de distintas partes de su cara al lavarla, fueron especialmente importantes: Amaterasu, la diosa del sol, Tsukiyomi, el dios de la luna y Susano-wo, el dios del mar y la tormenta. Este último resultó no ser nada obediente y quejarse constantemente de la muerte de su madre, por lo que Izanagi acabó decidiendo castigarle asignándole vivir en Yomi.
Antes de partir hacia su nuevo destino, Susano-wo fue a despedirse de su hermana Amaterasu, acabaron retándose a una serie de competiciones, de las que nacieron nuevas deidades, y Susano-wo ofendió a Amaterasu y ésta se refugió en una cueva a causa del disgusto, por lo que, al ser la diosa del sol, provocó la oscuridad total en el mundo. El resto de dioses intentaron convencerla para que saliese de la cueva pero ella se negó, por lo que idearon un plan para hacerla salir. Fabricaron un gran espejo y unas joyas que colocaron en un árbol frente a la cueva, y la diosa Uzume bailó desnuda, provocando el jolgorio del resto de dioses, unos ocho millones en total. Amaterasu se asomó fuera de la cueva extrañada de que estuviesen haciendo una fiesta estando como estaba el mundo sumido en la oscuridad. Uzume le dijo que estaban celebrando que existía una diosa mejor que Amaterasu, y entonces le enseñaron su propio reflejo en el gran espejo, haciendo que saliese un poco más de la cueva para verse mejor. Entonces el dios Ame-no-tachikara la sacó al exterior y otros dioses sellaron la entrada de la cueva con una cuerda sagrada. Así volvió la luz al mundo.
Susano-wo, desterrado del cielo, empezó a vagar por la tierra y en uno de sus viajes se encontró con una pareja de dioses ancianos que estaban angustiados porque de las ocho hijas que habían tenido, las siete mayores habían sido devoradas por el dragón Yamata-no-orochi, de ocho colas y ocho cabezas, en siete años consecutivos, y se esperaba una nueva visita al día siguiente, en la que seguramente devoraría a la hija que aún les quedaba. Susano-wo entonces prometió a los ancianos acabar con el dragón a cambio de la mano de la joven, llamada Kushinada-hime. Mandó construir una larga y alta valla alrededor de la casa de los ancianos, en la valla hizo ocho puertas y tras cada puerta un barril lleno de un vino extremadamente fuerte, creado para la ocasión. Cuando al día siguiente apareció Yamata-no-orochi, olió el aroma del vino, introdujo una cabeza por cada puerta de la valla, se bebió el vino y quedó aturdido; entonces Susano-wo aprovechó para trocearlo con su espada. Al cortar una de las ocho colas, la espada de Susano-wo golpeó con algo extremadamente duro y se partió en dos, al inspeccionar la cola encontró en su interior una espada a la que se llamó Kusanagi (Espada de la serpiente) y que fue protagonista de muchas leyendas y mitos. Susano-wo decidió ofrecer la espada a su hermana Amaterasu como disculpa por su conducta anterior. A partir de entonces, vivió acompañado de su esposa Kushinada-hime y tuvo varios descendientes, uno de los cuales, Ōkuninushi (Dueño del país), terminó de formar todas las islas que conforman Japón, concluyendo así el trabajo empezado por Izanagi e Izanami.
Por su parte, Amaterasu y el resto de divinidades que vivían en el cielo estaban muy preocupados por el desorden que había en la tierra, provocado por las divinidades que vivían allí, sobre todo por la numerosa familia de Ōkuninushi, quien se había casado numerosas veces y había tenido infinidad de hijos. Decidieron pues conquistar la tierra, enviando varios emisarios para ello, pero tras varios intentos sin éxito, fue el dios guerrero Takemikazuchi el que convenció a Ōkuninushi para que les cediese la tierra, a cambio de ciertas condiciones establecidas por éste.
El emperador Jinmu
Una vez que la tierra pasó a pertenecer a Amaterasu, la diosa envió a su nieto Ninigi-no-mikoto a la tierra para gobernar sobre ella. Le acompañaron algunos otros dioses para aconsejarle, cada uno de ellos fue el teórico ancestro de los distintos clanes Yamato; además, Amaterasu le hizo entrega de la joya y el espejo que se había utilizado para hacerla salir de la cueva, así como de la espada Kusanagi, estos tres objetos conforman los llamados Tesoros Imperiales de Japón, aún conservados. Ninigi-no-mikoto se establecería en la isla de Kyūshū y su bisnieto, llamado Iwarebiko, acabaría todo el país, la tierra de Yamato, y se convertiría en el el Emperador Jinmu, primer emperador de Japón y ancestro, 124 generaciones después, del actual emperador, Akihito.
Obviamente, todo esto pertenece al campo de la Mitología, no de la Historia, se trata de los mitos de la creación de Japón según son relatados en el Kojiki, el libro histórico japonés más antiguo. En concreto, de su primera parte, el Kamitsumaki, que narra el periodo que va desde la creación hasta Jinmu, el teórico primer Emperador de Japón y supuesto antepasado del actual. En otra entrada, próximamente, hablaremos de los orígenes “verdaderos” del pueblo y la civilización japonesa; así como del Kojiki y el posterior Nihon Shoki más en profundidad.
Bibliografía
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Ashkenazi, Michael. Handbook of Japanese mythology. Santa Barbara: ABC-Clio Inc., 2003.
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Kojiki. Traducción de Basil Hall Chamberlain (1882). Santa Cruz: Evinity Publishing Inc., 2009. Está disponible de forma gratuita también en http://www.sacred-texts.com/shi/kj/index.htm.
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Existe una traducción al castellano directa del japonés, es bastante reciente y no la conozco, pero por si alguien está interesado:
Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón. Traducción de Carlos Rubio y Rumi Tani Moratalla. Madrid: Editorial Trotta, 2008.
López-Vera, Jonathan. “El origen (o no) de Japón” en HistoriaJaponesa.com, 2011.