El primero de todos los artículos que escribí para esta web estaba dedicado a los tres unificadores de Japón: Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu; se trataba de una breve aproximación, con vistas a ir escribiendo artículos más detallados sobre cada uno de ellos. Mi investigación académica me llevó tiempo después a trabajar en profundidad al segundo de los tres –aún estoy en ello–, por lo que decidí aprovechar parte de ese trabajo para escribir aquí un artículo sobre su vida, y otro sobre su relación con el cristianismo. Por un motivo parecido he tenido que trabajar la biografía de Oda Nobunaga y he pensado en compartir aquí cuatro líneas de esta investigación. He decidido dividirla en dos artículos, dedicando este a la biografía de Nobunaga en general y otro a su relación con algunos monasterios y grupos budistas de su época.
Primeros años, 1534-1568
No es mucha la información que tenemos acerca de los orígenes del clan Oda, puesto que no fue éste un apellido demasiado importante hasta el momento que nos ocupa –ellos mismos afirmaban ser descendientes del antaño poderoso clan Fujiwara, pero casi todas, si no todas, las familias samuráis afirmaban lo mismo, variando entre apenas un puñado de ilustres apellidos gloriosos. Lo que sí sabemos es que se establecieron en la provincia de Owari ya a principios del siglo XV, provenientes de Echizen, y que eran vasallos del clan Shiba pero que aprovecharon la decadencia y los conflictos internos de éste para hacerse con el control de su territorio ya a principios del periodo Sengoku. Además, la rama del clan Oda a la que pertenecía Nobunaga ni siquiera era la principal, con lo que podríamos decir que no parecía destinado a jugar un papel importante en la escena política del país.
Nobunaga se convirtió primero en el líder de su propia rama de los Oda cuando murió su padre en 1552, pese a la oposición de gran parte del clan, que creía que el joven Nobunaga estaba loco debido a su estrambótico comportamiento en muchas ocasiones. Suele comentarse que vestía y se peinaba de manera estrafalaria, que su forma de actuar hacía que incluso la gente llana de su provincia le apodase “el idiota”, o que en el mismísimo funeral de su padre apareció desaliñado y se comportó de una manera muy poco respetuosa y completamente fuera del marcado y estricto protocolo propio de esta clase de ceremonias. Una explicación habitual es la que afirma que sencillamente era una persona muy pragmática que hacía siempre lo que consideraba más adecuado en cada situación para conseguir sus objetivos, aunque ello contraviniese las tradiciones y el protocolo –a los que no daba ningún valor– o ignorase las opiniones de los demás, puesto que para él los medios no eran importantes si conducían al éxito.
Oda Nobunaga
El jesuita portugués Luís Fróis (1532-1597), por su lado, nos lo describe como alguien muy belicoso, ambicioso, severo al impartir justicia y que no dejaba sin castigo ninguna ofensa que se le hiciese, lo que ilustra contándonos que cuando se enteró de que cierto bonzo estaba intentando organizar un complot en su contra, lo capturó, lo mandó enterrar vivo de pie, y cuando estuvo cubierto de tierra hasta los hombros le cortaron la cabeza con una pequeña sierra de mano. Carácter vengativo aparte, esta personalidad pragmática que se le suele atribuir a Nobunaga encaja bastante primero con el clima general de la época y después con el desarrollo de la propia carrera del líder de los Oda, especialmente con su guerra abierta contra ciertos monasterios y sectas budistas, con su adopción temprana y masiva de las armas de fuego, o con su relación con los misioneros jesuitas.
En el campo de batalla, sus tropas se movían mucho más velozmente que las de ningún otro daimyō, puesto que construía en sus dominios nuevas carreteras y reparaba y ensanchaba las ya existentes, levantaba puentes en muchos lugares y construía grandes barcazas que podían trasladar rápidamente sus batallones de un lado al otro del lago Biwa –estratégicamente localizado en el centro del país. Podría decirse que son varios los factores que hicieron que Nobunaga acabase triunfando sobre el resto: al pragmatismo y la innovación que acabamos de comentar hay que sumar la localización óptima de su provincia, Owari, convenientemente cerca de la capital pero lo suficientemente apartada como para no verse afectada por los combates que la habían asolado durante la Guerra Ōnin. Además, en algunos momentos clave podríamos decir que contó con la ayuda de una cantidad nada despreciable de suerte, como veremos.
Tras, como hemos visto, heredar el liderazgo de su propia rama del clan, Nobunaga pasó los restantes treinta años de su vida inmerso en una campaña militar tras otra, no conociendo la paz en ningún momento. Los primeros siete de estos años los dedicó a combatir al resto de ramas del clan Oda para hacerse con el control absoluto del mismo, eliminando primero a la rama principal, los llamados Oda Yamato no Kami, al conquistar el castillo de Kiyosu en 1555 –lugar al que trasladó entonces su base–, y terminando con los últimos focos de resistencia dentro del clan en 1559, tras el asedio al castillo de Iwakura. Desde ese momento, Nobunaga se convirtió en el indiscutido líder del clan y dueño de la provincia de Owari, pero no debemos olvidar que tanto el primero como la segunda no eran entonces actores decisivos dentro del conflicto que se estaba librando a escala nacional.
En rojo, la provincia de Owari, y en gris oscuro de izquierda a derecha, las de Mikawa, Tōtōmi y Suruga
Muy distinta era la situación de Imagawa Yoshimoto (1519-1560), quien en ese mismo momento era señor de tres importantes provincias: Suruga –de donde era originario–, Tōtōmi y Mikawa –que había ido conquistando en su avance hacia el oeste. Uno de los objetivos de los grandes daimyō del periodo Sengoku consistía en conseguir controlar Kioto, e Imagawa, tras asegurarse la retaguardia mediante acuerdos con los poderosos clanes Hōjō y Takeda, fue el primero en poder intentarlo con razonables garantías de éxito, en 1560, siendo ya señor de tres provincias estratégicamente bien situadas y pudiendo marchar hacia la capital al frente de un poderoso ejército. En su camino hacia el oeste se encontraba la provincia de Owari, recientemente unificada y gobernada por un clan que –como hemos visto– acababa de protagonizar una larga lucha interna que lo había dejado teóricamente exhausto, y a la cabeza del que se encontraba un daimyō menor y prácticamente desconocido: Oda Nobunaga. Por todo ello, no parecía que Imagawa tuviese que preocuparse demasiado por conseguir cruzar –e incluso conquistar– la provincia.
Pero el encuentro de Nobunaga e Imagawa en la Batalla de Okehazama, uno de los episodios bélicos más famosos e importantes de la historia japonesa, no tuvo en absoluto el resultado esperado. Para empezar, las cifras estaban claramente en contra del ejército de los Oda porque, aunque la mayoría de historiadores han descartado los exagerados 45.000 contra mil que nos da el Shinchō-Kō Ki, sí parece haber consenso en que estaríamos hablando de unos 25.000 soldados Imagawa contra entre dos y tres mil de los Oda. En cualquier caso, tras hacerse con varias fortificaciones fácilmente, las tropas de los Imagawa estaban descansando y celebrando su hasta entonces exitosa marcha en un lugar llamado Dengakuhazama, una especie de cañón o garganta; y Nobunaga, consciente de que sus cerca de tres mil hombres no podrían hacer nada contra un ejército tan superior en número si se encontraban frente a frente en campo abierto, decidió aprovechar lo cerrado del lugar –que además conocía bien– para un ataque por sorpresa.
Imagawa Yoshimoto
Así, su pequeño ejército dio un rodeo para colocarse justo encima del desfiladero sin ser descubiertos por los vigilantes del campamento de las tropas invasoras, y allí esperaron el mejor momento para lanzar el ataque. La suerte quiso que el tiempo cambiase de repente y cayese sobre la zona una fortísima tormenta que hizo que los soldados Imagawa corriesen a resguardarse bajo los árboles. Justo cuando la lluvia cesó, y aprovechando la confusión reinante mientras los soldados volvían al campamento, Nobunaga ordenó la carga, cayendo casi literalmente sobre el enemigo. Los Imagawa, tomados por sorpresa, no supieron reaccionar al ataque y se produjo un completo caos en el que sólo los hombres del clan Oda sabían lo que estaba pasando, acabando con sus rivales fácilmente. El propio Imagawa Yoshimoto no supo que estaban siendo atacados hasta poco antes de que un soldado de Nobunaga le cortase la cabeza.
Después de Okehazama –el que podría afirmarse que fue el primer paso hacia la unificación de Japón– Nobunaga pasó a tener un nuevo estatus entre los daimyō del país, y prueba de ello es que en 1565, en el contexto de la disputa sucesoria que se dio tras la muerte del shōgun Ashikaga Yoshiteru (1536-1565), uno de los postulantes al cargo, Ashikaga Yoshiaki (1537-1597), hermano menor del fallecido, pidió ayuda al líder del clan Oda –aunque es cierto que antes la había pedido a otros tres daimyō que no respondieron a su petición. Nobunaga no sólo accedió a colaborar con Yoshiaki, sino que vio esta ocasión como una gran oportunidad para llegar a Kioto, justificando así su campaña como una orden recibida del nuevo shōgun –si acababa siendo una campaña exitosa, obviamente. Pero antes de ponerse en camino tuvo que prepararlo todo debidamente, pactando con algunos daimyō que controlaban zonas de importancia estratégica y acabando con otros que se oponían a ello, consiguiendo de paso la provincia de Mino
Control sobre Kioto y gobierno dual, 1568-1573
Nobunaga entró finalmente en Kioto en 1568, tomando la ciudad con sesenta mil soldados e instalando a Yoshiaki como shōgun. Éste le concedió a su vez el título de kanrei –una especie de viceshōgun– pero Nobunaga lo rechazó puesto que ese cargo implicaba por definición estar a las órdenes del shōgun, y eso no era para lo que él había tomado la capital; al contrario, su intención era la de utilizar a Yoshiaki como un títere que hiciera lo que él decidiese.
Ashikaga Yoshiaki
Se estableció entonces un gobierno dual en el que el shōgun tenía un papel poco más que simbólico, siendo decisivo políticamente sólo en asuntos menores, mientras que Nobunaga era el verdadero gobernante de facto del país, aunque necesitase a Yoshiaki para dar legitimación a sus leyes. Y así, respaldado por su relación con el shōgun, se lanzó a la conquista de Japón, empezando por su complicada y conflictiva zona central.
Uno de los principales obstáculos para conseguirlo radicaba en el gran poder de algunos monasterios budistas de la zona cercana a la capital, que poseían tierras y ejércitos de la misma forma en que lo hacían los clanes samuráis. Este tema resulta especialmente relevante, sobre todo por su influencia en la relación que Nobunaga –y también Hideyoshi posteriormente– tendría con el cristianismo, y por ello lo vamos a dejar aquí por el momento para retomarlo más adelante en otro artículo. Paralelamente a las campañas militares contra estas instituciones religiosas, Nobunaga completó la conquista de la zona central del país, venciendo allí a algunos importantes clanes como los Asakura o los Azai. Cuando tuvo toda esta zona bajo su control pudo empezar a planear su avance hacia el oeste, pues de momento el norte, su retaguardia, permanecía bastante segura gracias a su alianza con el líder de los Tokugawa. Éstos habían acabado con los Imagawa –lo que había quedado de ellos tras la Batalla de Okehazama–, poseían ahora las provincias de Mikawa y Tōtōmi, y mantenían además bajo control a los Hōjō. También se vio beneficiado por la ya legendaria rivalidad sin fin entre los Takeda y los Uesugi, que les mantenía demasiado ocupados como para atacar a Nobunaga y les hacía temer que, de intentarlo, su rival aprovecharía la ocasión para atacar sus propias tierras.
La relación entre Nobunaga y Yoshiaki se había ido deteriorando desde casi el principio, en cuanto el segundo vio que el primero tenía sus propios planes, y para 1572 era ya tan mala que el shōgun empezó a promover un complot para librarse del molesto líder de los Oda, contactando secretamente con los líderes de varios de los más poderosos clanes bushi, concretamente con los Mōri, los Uesugi y los Takeda. Estos últimos fueron los únicos que respondieron a su propuesta, y Takeda Shingen (1521-1573) –uno de los daimyō más famosos aún hoy– emprendió la marcha hacia la capital al mando de su ejército, famoso por su potente caballería. Los Tokugawa los interceptaron en la que se conoce como la Batalla de Mikatagahara, pero pronto no tuvieron más remedio que emprender la retirada, librándose de una derrota casi segura. Tras esa batalla, Shingen, temeroso de un ataque por su retaguardia por parte de su gran rival Uesugi Kenshin (1530-1578), decidió no seguir avanzando hacia la capital por el momento, volver a sus tierras, y retomar el proyecto pasados unos meses, cuando la nieve bloquease los caminos entre su territorio y el de los Uesugi. Así, en enero de 1573, los treinta mil samuráis Takeda volvieron a ponerse en movimiento, para poco después volver a detenerse cuando Shingen fue alcanzado por un disparo de arcabuz durante una batalla, herida que se cree que fue la causa de su repentina muerte en abril de ese mismo año –aunque los detalles de su muerte, incluyendo la causa y el lugar exacto siguen sin estar claros. De una u otra forma, parece que la fortuna volvió a sonreír a Nobunaga, librándole de repente de una de sus mayores amenazas.
Habiendo acabado con el poco exitoso complot del shōgun, en 1573 Nobunaga decidió terminar definitivamente con el problema, y de paso demostrar que era ya tan poderoso que no necesitaba la legitimación de la que se había valido desde 1568, y expulsó a Yoshiaki tanto de la capital como de su cargo. De esta forma, el decimoquinto sería el último de los shōgun Ashikaga, terminando así además tanto el periodo Sengoku como el periodo mayor dentro del que éste se sitúa, el Muromachi, y empezando pues el siguiente, que recibe el nombre de Azuchi-Momoyama (1573-1603) –el nombre está formado por los nombres de los lugares donde situarían sus castillos primero Oda Nobunaga y después Toyotomi Hideyoshi, se indica así que el periodo lo componen los gobiernos de estos dos líderes. El nuevo gobernante del país, ahora ya en solitario y sin el respaldo de ningún shōgun, no se preocupó por obtener ni ese ni ningún otro cargo oficial igual de pomposo –su pragmatismo se aplicó también en este momento–, creyendo que su poder militar ya era más que suficiente para legitimar su autoridad. Nobunaga parecía estar más preocupado por seguir conquistando territorios hasta hacerse con todo el país.
Gobierno en solitario, 1573-1582
Los siguientes años Nobunaga los dedicó primero a afianzar su control sobre la zona centro del país, donde terminó definitivamente con la amenaza que constituían algunos monasterios budistas o con la que aún suponían los Takeda, liderados ahora por el hijo de Takeda Shingen y a los que venció en la famosa Batalla de Nagashino en 1575 y destruyó definitivamente en 1582. Por otro lado, Uesugi Kenshin empezó también a pensar en la idea de hacerse con Kioto derrotando a Nobunaga, y fue avanzando hacia la capital, conquistando algunos territorios tras vencer a los ejércitos de los Oda y sus aliados en varias batallas, entre las que destaca la de Tedorigawa en 1577. Pero cuando al año siguiente se preparaba para el ataque final, murió aquejado de una enfermedad en el transcurso de sólo cuatro días –una repentina muerte que ha dado, como en el caso de Takeda Shingen, lugar a todo tipo de teorías e historias desde entonces. De nuevo, Nobunaga se veía favorecido por la fortuna y, con el clan Uesugi muy debilitado tras la pérdida de su líder, no le costó demasiado acabar con ellos. De esta forma, en la zona central del país sólo los Hōjō constituían ya una potencial amenaza, aunque por el momento estaban controlados estrechamente por los Tokugawa; así que Nobunaga decidió entonces centrarse en la zona oeste de Japón, que estaba principalmente bajo dominio de los Mōri y sus aliados, y para dirigir esta campaña eligió al que era por entonces su mejor general: Toyotomi Hideyoshi.
El Incidente Honnō-ji dibujado por el artista Watanabe Nobukazu, con un sorprendido Oda Nobunaga en el extremo de la derecha
Pero en ese mismo año 1582 se acabó repentinamente la buena suerte de Nobunaga, en el conocido como Incidente Honnō-ji. Estando de camino desde su base de Ōmi, donde se levantaba su impresionante castillo de Azuchi, y dirigiéndose a supervisar la campaña contra los Mōri a petición de Hideyoshi, decidió enviar por adelantado a uno de sus generales, Akechi Mitsuhide (1528-1582), mientras él se quedaba en Kioto un par de días a esperar la llegada de Tokugawa Ieyasu, a quien había invitado a acompañarle. Decidió alojarse en el templo Honnō-ji, como era su costumbre cuando visitaba la capital –donde siempre se negó a tener residencia propia–, custodiado esta vez por sólo un centenar de samuráis, y no los dos mil soldados que solía llevar con él. Akechi, estando a medio camino en dirección a la campaña en el oeste, ordenó repentinamente a sus tropas –unos trece mil soldados– desviarse hacia Kioto y, al llegar a la ciudad al alba del 20 de junio, atacaron el Honnō-ji. Nobunaga y sus hombres, muy superados en número y en absoluto preparados para ser atacados, prefirieron prender fuego al templo y morir quemados antes que caer en manos de los traidores –se cree, por cierto, que uno de los samuráis que participaron ese día en la defensa del Honnō-ji fue el africano Yasuke. Nobunaga cometió seppuku, aunque como su cuerpo nunca fue encontrado, el hecho dio lugar –de nuevo– a todo tipo de historias. Inmediatamente tras el ataque, Akechi ordenó a sus hombres atacar al hijo y heredero de Nobunaga, Oda Nobutada (1557-1582), quien se enfrentó con ellos en el castillo de Nijō, también en Kioto, donde terminó cometiendo seppuku igual que su padre.
Akechi Mitsuhide
Los motivos para la traición de Akechi Mitsuhide han sido largamente discutidos por los historiadores que han estudiado el tema y se barajan varias hipótesis, siendo la más habitual que se trató de una venganza personal por culpar Akechi a Nobunaga de la muerte de su madre tres años antes, mientras que algunos estudiosos defienden que, sencillamente, el general quería hacerse él mismo con el control de Japón. Motivos aparte, tras conseguir acabar con la cúpula del clan Oda, Akechi se proclamó a sí mismo shōgun, algo que formalmente podía hacer puesto que su clan estaba emparentado con los Minamoto, aunque no suele aparecer su nombre cuando se hace la lista de los shōgun de la historia japonesa porque, de todas formas, el cargo le duró bien poco, las apenas dos semanas que necesitó Toyotomi Hideyoshi para vengar al líder de los Oda.
En el momento de su muerte, Nobunaga había conseguido unificar toda la zona central del país, poniendo bajo su control 32 de las 68 provincias de Japón –aproximadamente un tercio del país si hablamos de extensión. En estos territorios destacó su política de creación de ciudades en torno a castillos, donde apareció un nuevo espíritu de emprendimiento y comercio debido a las facilidades para la actividad comercial que promovía el gobierno Oda, una liberalización del mercado favorecida con medidas como la abolición de aranceles o peajes. En lo referente a la capital, Kioto, decidió no colocarse ni a sí mismo ni a ningún otro en el puesto de shōgun, pero sí apoyó y financió a la Casa Imperial, gozando de la legitimidad que esto le aportaba, o devolvió a algunos nobles propiedades que habían perdido durante los diferentes conflictos desde finales del siglo XV. Fuera de la capital repartió a sus principales vasallos –siempre un grupo reducido y, en su mayoría, los mismos desde los principios de su carrera– por sus dominios, actuando allí como sus gobernadores, aunque esto no suponía en absoluto una delegación del poder en ellos, al contrario, pues el gobierno Oda se caracterizó por estar fuertemente centralizado. El propio Nobunaga controlaba personalmente gran parte de su territorio, tenía siempre la última palabra en cualquier feudo controlado por sus gobernadores, supervisaba las leyes que estos promulgaban, y movía a menudo a sus vasallos de un feudo a otro cuando le parecía bien.
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