Reconstrucción de un poblado Yayoi en Yoshinogari
Técnicamente, no tendría que escribir acerca de los periodos iniciales de la historia de Japón puesto que son prehistoria y, por tanto, quedan fuera del ámbito estricto de este blog. Además, no son precisamente mi principal objeto de estudio, por lo que sé lo justito y necesario. Pero así como puedo pararme al llegar apenas al periodo Meiji, creo que, por el otro lado de la línea temporal, la cosa no funciona de la misma manera. No puedo explicar un periodo sin explicar el anterior, no tiene demasiado sentido. Por eso, quiero seguir tratando también, aunque sea mínimamente, los periodos prehistóricos. Retomo así el punto por el que nos habíamos quedado al final de la entrada sobre el periodo Jōmon, para hablar un poco sobre el corto periodo (en comparación) posterior.
Podemos decir que el periodo Yayoi es relativamente corto, si lo comparamos con los periodos anteriores, “apenas” 600 años, durante los que se sucedieron una serie de cambios muy importantes para lo que sería Japón posteriormente y hasta la actualidad. El nombre del periodo proviene del lugar en el que se encontraron los primeros restos, una zona de Tokio llamada Yayoi-chō, al norte del campus de la Universidad de Tokio, en 1884. Se trataba de muestras de la cerámica característica de este periodo, de un color predominantemente rojizo y elaborada con torno, siendo así muy diferente de la cerámica típica del periodo Jōmon. Los arqueólogos se dieron cuenta rápidamente de estas diferencias, pero se tardó más de medio siglo en datar estas muestras y reconocer su importancia; y aún unos años más en dar un nombre al periodo.
Muestra de cerámica Yayoi
Desde en torno al año 300 a.C., y en oleadas a lo largo de siglos posteriores, empezaron a llegar a Japón, concretamente a la sureña isla de Kyūshū, inmigrantes muy diferentes a los que hasta entonces habitaban las islas, los Jōmon. Físicamente eran más altos y delgados, conocían el bronce y el hierro y basaban gran parte de su alimentación en el cultivo del arroz. El motivo de su llegada a Japón nos es desconocido, aunque se han barajado muchas teorías al respecto, incluso algunas defendiendo la evolución de una cultura autóctona en lugar de una llegada de otros lugares. Entre las teorías más curiosas, encontramos la que vinculaba esta llegada de inmigrantes a la expedición enviada por el primer emperador chino, Qin Shi Huangdi, en el año 219 a.C. en busca de las “islas de los inmortales”. Lo que sí sabemos, por los conocimientos y el tipo de utensilios que trajeron con ellos, como sus espejos y campanas de bronce, es que provenían del noreste de Asia. Pero todos los elementos que configuran la cultura Yayoi podrían ser originarios de distintas zonas, como de culturas no sínicas difíciles de concretar, Corea o la misma China de los Han, por lo que su análisis es bastante complicado, aún más si tenemos en cuenta que muchos elementos externos se combinaron con los ya existentes en la cultura Jōmon.
Sea como fuese, lo que está claro es que estos recién llegados empezaron a poblar Kyūshū, la isla más cercana al continente, y fueron desplazando a los Jōmon hacia el norte, en un proceso que se llevó a cabo a lo largo de cientos de años. En su mayor parte, se trató de una “invasión” pacífica, pero algunos pueblos Jōmon se resistieron a los Yayoi, quienes les dieron el nombre de emishi (bárbaros), y los combatieron durante siglos, hasta incluso bien entrado el periodo Edo (recordemos, en este sentido, que el título de shōgun es la abreviatura de seii taishōgun, o “gran general apaciguador de los bárbaros”, y se usaba para designar al general encargado de combatir a estos pueblos del norte de Japón). Como ya dijimos al hablar del periodo Jōmon, se cree que estos pueblos son los antepasados de la actual etnia ainu, en Hokkaidō, la isla más al norte de Japón. Gracias a la propagación del cultivo del arroz y el uso de los nuevos materiales, hierro y bronce, podemos seguir el movimiento de los pueblos de cultura Yayoi, desde el suroeste hacia la isla de Honshū, antes del inicio del s.I, y después hacia el norte, aunque cada vez más lentamente, hasta la llanura de Kantō. Desde ese punto hacia el norte del país, la cultura continuó siendo Jōmon durante largo tiempo. Podemos también establecer dos centros principales de población, situados al norte de la isla de Kyūshū y en torno a las actuales Kioto y Nara, en el centro de la isla de Honshū.
Uno de los cambios más significativos que comportó este periodo fue, sin duda, el cultivo del arroz que, aunque no fuera algo que introdujese la cultura Yayoi, como se creyó en el pasado, sí que lo estableció ampliamente como base de la alimentación de la población hasta el día de hoy. Se introdujo la característica técnica de cultivar en arrozales inundados y, hacia finales del periodo, el arroz secado se empezó a almacenar en edificaciones levantadas del suelo por medio de pilares, para evitar así la humedad. El consumo de arroz llevó a un crecimiento de la población y a la ocupación de nuevas áreas por la necesidad de tierras de cultivo. Además, la necesidad que conlleva el cultivo de arroz de trabajar en grupos de gente, llevó al nacimiento del fuerte sentimiento de colectividad tan típico de la sociedad japonesa; o por lo menos eso es lo defendido por los teóricos de las populares teorías nihonjinron, pero no entraremos ahora en el campo de la antropología.
Campanas dōtaku
En cuanto a los nuevos materiales, parece ser que el bronce se empleaba para símbolos de alto status, debido a la escasez de este metal en el país, y para confeccionar armas de guerra, mientras que el hierro era utilizado para herramientas de uso diario. El primero era mucho más complicado de trabajar, lo que requería de artesanos experimentados. Muy representativas de este periodo son unas campanas de bronce llamadas dōtaku, de uso ritual, se cree que eran enterradas bajo los campos de cultivo para procurar una buena cosecha. De todo el bronce de esta época, sólo nos ha llegado una pequeña parte, grandes cantidades del mismo parece que fueron refundidas en el s.VI para la fabricación de grandes estatuas budistas.
Punta de lanza de bronce y su molde correspondiente
Pero los mayores cambios en este periodo son, sin duda, de tipo social. El cultivo de arroz, así como la escasez de zonas con recursos como el bronce o el hierro, provocó unos asentamientos mucho más permanentes que en el periodo Jōmon, esto conlleva un mayor sentimiento de pertenencia al territorio y, obviamente, la necesidad de defenderlo de ataques enemigos. Así, aquellos más aptos para defender al grupo se convierten en una élite que adquiere poder y un mayor status, mientras que los más débiles pasan a ser incluso esclavos, produciéndose de esta forma una significativa estratificación de la sociedad. Por otro lado, la lucha entre distintos grupos o clanes provoca lógicamente que unos se impongan por encima de los otros, con lo que algunos grupos empiezan a ser más poderosos que el resto. Cuando algunos de estos clanes empezaron a controlar, por ejemplo, recursos para la obtención de metal, mientras que otros fueron dominando la fabricación de seda, se inició el comercio, tanto entre grupos como con el continente, creándose mercados en casi todos los asentamientos. Toda esta serie de cambios sociales comportó un auge en la politización de la sociedad, sobre todo cuando muchos grupos empezaron a establecer alianzas con grupos vecinos, que dieron origen a la aparición de lo que podríamos llamar pequeños reinos.
Reconstrucción de un poblado Yayoi en Yoshinogari
Estamos hablando de una cultura en la que no existía la escritura, por lo que no nos dejaron constancia de todo lo que estamos hablando, pero cabe recordar que en esta misma época la vecina China era ya un imperio donde la escritura se practicaba desde hacía miles de años, por lo que en sus crónicas sí se relatan muchos de estos hechos. Muchos de los pequeños reinos de los que hablábamos empezaron a tener contacto con China, con visitas de los distintos jefes de clanes, buscando en el gran imperio nuevas mercancías y tecnología. También hubo visitas en sentido contrario, y es gracias a las crónicas sobre éstas por las que nos ha llegado importante información sobre el Japón de la época. El primer documento en el que aparece mencionado es en el Han Shu (Historia de Han), del año 82, donde se habla de “la tierra de Wo” (Wa en japonés), algo así como “la tierra de los enanos” (era muy común en la época que los chinos bautizasen a sus vecinos con estos cariñosos apelativos), y se describe como un lugar formado por un centenar de reinos. Dos siglos después, en 297, el Wei Chih (Historia de Wei), habla de una visita a Wa y hace una descripción del más poderoso de todos los reinos japoneses, llamado Hsieh-ma-t’ai (Yamatai según los japoneses), formado por una aglomeración de unos treinta reinos o asentamientos y liderado por una reina-chamán llamada Himiko. Puede sorprender que la líder del mayor de los reinos fuese una mujer, pero en la época parece ser algo bastante común que el poder lo ostentasen tanto hombres como mujeres, los cuales solían combinar tanto la autoridad secular como religiosa.
Reconstrucción de un poblado Yayoi en Yoshinogari
En el caso de Himiko, sabemos que en el año 239 envió una delegación tributaria al emperador chino, práctica habitual en muchos otros reinos, aunque únicamente ella consiguió que éste la reconociese como soberana de todo Wa. Nos han llegado algunos datos de la vida de esta reina, como que era servida por mil mujeres y un único hombre, y custodiada por cien hombres, y que su único contacto con el exterior era mediante su hermano. Según las crónicas chinas, murió en 248 a la edad de 65 años, y fue enterrada en una tumba bajo un túmulo de unos 100 metros de diámetro, junto con mil hombres y mujeres, sacrificados para la ocasión. A su muerte la siguió una época de caos y guerras internas hasta que una niña de 13 años llamada Iyo, emparentada con la difunta reina, se hizo con el poder.
Además de las crónicas chinas, muchos expertos establecen un paralelismo entre muchos de los personajes y eventos narrados en el Nihon Shoki y el Kojiki y hechos sucedidos durante mediados y finales del periodo Yayoi. Por ejemplo, el viaje del legendario emperador Jinmu desde Kyūshū al centro del país, o la importancia de los chamanes y los líderes tribales como intermediarios entre el pueblo y lo sobrenatural.
En lo que respecta a la ubicación de Yamatai, los expertos no se han puesto de acuerdo, algunos lo sitúan en Yoshinogari, en la actual prefectura de Saga, al norte de Kyūshū; mientras que otros, la mayoría, lo sitúan en la zona de Nara, en el centro de Honshū, donde unos cientos de años después se crearía el primer estado japonés, Yamato, lo que parece bastante probable. Los líderes de este estado serían enterrados bajo enormes montículos, llamados kofun, pero eso ya pertenece al siguiente periodo.
En conclusión, el periodo Yayoi fue escenario de múltiples y grandes cambios en relativamente poco tiempo, pasando de una sociedad de cazadores y recolectores a una basada en el cultivo, pasando de rudimentarias herramientas de piedra a herramientas de metal, convirtiendo los asentamientos en estables y la sociedad en estratificada. Todos estos cambios crearon la base económica y tecnológica necesaria para la posterior unificación social y política del país.
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Agradecimientos
Quiero agradecer a Elena Brito que me haya cedido muy amablemente las fotos con el logo de HistoriaJaponesa.com, tomadas por ella misma en Yoshinogari.
Bibliografía
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Brown, Delmer M., ed. The Cambridge history of Japan, vol. 1, ancient Japan. Cambridge (Reino Unido): Cambridge University Press, 1993.
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Hall, John Whitney. El imperio japonés. Madrid: Siglo XXI Editores, 1973.
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Hane, Mikiso. Breve historia de Japón. Madrid: Alianza Editorial, 2000.
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Henshall, Kenneth G. A history of Japan: from stone age to superpower. Nueva York: Palgrave Macmillan, 1999.
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Varley, H. Paul. Japanese culture. Honolulu: University of Hawaii Press, 2000.
López-Vera, Jonathan. “El periodo Yayoi (300 a.C.-300 d.C.)” en HistoriaJaponesa.com, 2011.