Panamá y Cuba, 2019
Hace cerca de un año, Fundación Japón me ofreció formar parte de un equipo de expertos en diferentes temas relacionados con Japón, cuyos CVs y propuestas de conferencias son después enviadas a las embajadas japonesas de diversos países de Hispanoamérica, quienes eligen entonces algunas de esas propuestas y se organiza entonces una especie de gira. Resultó que varias de estas embajadas se mostraron interesadas en que yo visitase sus países para hacer conferencias, y finalmente se organizó un viaje a Panamá y Cuba. Había algún otro país interesado, pero debido al viaje a Japón que yo tenía ya cerrado para finales de septiembre, tuvimos que limitarlo a estos dos.
14 de septiembre
Respecto al viaje hasta Panamá, poco que comentar, primero un trayecto corto de Barcelona a Madrid y luego otro un poco más largo de Madrid a Ciudad de Panamá, aunque al estar acostumbrado a volar a Japón, se me hizo considerablemente corto. Unos días antes había estado un poco resfriado, y me aterrorizaba la idea de quedarme sin voz por culpa de tantas horas del aire seco que se respira dentro de los aviones –me ha pasado ya dos veces yendo o volviendo de Japón–, así que antes de ir estuve investigando un poco qué podía hacer para minimizar el nefasto impacto de este sequísimo aire, lo puse todo en práctica durante el vuelo, y funcionó. Menos mal, era una pesadilla pensar en que tanta gente había estado trabajando –y gastando dinero– para llevarme tan lejos a dar unas charlas y que al llegar resultase que me había quedado mudo. Nada más salir del avión me estaban esperando ya Kojima Takumi y Yoshitake Kie, de la Embajada de Japón en Panamá, para llevarme al hotel y a cenar con ellos en un estupendo restaurante japonés, donde disfruté de una buenísima comida y una aún mejor conversación. Después, regreso al hotel y merecido descanso tras un largo día.
15 de septiembre
Cuando se estaba organizando este viaje, me ofrecieron volar el 15 y empezar el 16 ya con las conferencias, o volar el 14 y tener el 15 libre, y elegí esta segunda opción para tener un día de descanso, sobre todo por si me afectaba la diferencia horaria. Poco imaginaba entonces que me iba a afectar durante unos cinco días. Este ha sido mi primer viaje a América, en general, y aunque nunca me había pasado volando a Japón, el jet-lag me ha tenido loco casi hasta cuando ya me tocaba regresar. Zombi a las ocho de la tarde, en la cama a las diez de la noche, despierto a las cuatro de la mañana, sin saber en ningún momento qué hora era, y con el estómago muy raro en todo momento. Pero bueno, a lo que iba, que el día 15 no tenía ningún compromiso. Semanas antes del viaje, los amiguetes Marc Bernabé y Roger Ortuño, que visitaron Panamá en ediciones anteriores de este mismo programa de conferencias, me habían puesto en contacto con el profesor Rolando José Rodríguez de León, de la Universidad de Panamá, y se había ofrecido a llevarme –junto con su encantadora familia– a ver el famoso Canal de Panamá. Pasamos un estupendo día visitando el Centro de Visitantes de Agua Clara en el lado Atlántico del Canal, y el Fuerte de San Lorenzo, pese al agobiante calor y humedad que hubo durante todos los días en el país… en sorprendente contraste con el despiadado uso y abuso del aire acondicionado en todos sitios.
16 de septiembre
Primer día de trabajo. Por la mañana vino a mi hotel un equipo de televisión para hacerme una entrevista, y me dijeron que también vendrían a la conferencia de la tarde para tomar unas imágenes. La verdad es que me ha sorprendido mucho la repercusión mediática de este viaje, porque ya antes de llegar yo se había hablado de estas conferencias en el diario La Estrella de Panamá, y se había publicado una entrevista que me habían hecho por mail en el diario La Prensa. Tras la entrevista tenía dos o tres horas libres antes de comer, así que el profesor Rodríguez de León volvió a llevarme a hacer algo de turismo, visitando el casco antiguo de la ciudad. Y por la tarde pasaron a buscarme la gente de la Embajada para llevarme a la Universidad Tecnológica de Panamá, concretamente, a su Centro Especializado de Lenguas. En el trayecto, nuestro conductor –el que nos estuvo llevando y trayendo todos estos días– demostró una increíble pericia para abrirse paso por el anárquico y despiadado tráfico de la ciudad en hora punta. Una vez en la universidad, primero me hicieron una nueva entrevista en vídeo, cortita, para un vídeo de la propia universidad. Luego preparé mis trastos y, a la hora acordada, empecé con lo mío. La conferencia en cuestión era mi ya habitual “Una Historia de samuráis… con ‘H’ mayúscula”, que llevo haciendo de vez en cuando desde hace unos cuatro años, basada en mi Historia de los samuráis, aunque va evolucionando con el tiempo. El profesor Rodríguez de León se ofreció a grabarla en vídeo y luego perder un montón de horas editándola, así que dentro de poco se podrá ver desde esta web. Hubo buena asistencia –parte del público eran estudiantes de japonés del propio Centro Especializado de Lenguas– y se hicieron muchas e interesantes preguntas al terminar. Mi libro se distribuye en algunos países de Hispanoamérica, pero no en Panamá y Cuba, así que antes de ir comenté a los amigos de Satori Ediciones que estaría bien poder regalar un ejemplar a los distintos centros donde iba a hacer las conferencias, así como a los dos embajadores, y como son más majos que las pesetas, estuvieron de acuerdo y me enviaron una caja con seis de ellos. Lo que sucede es que me los enviaron a través de Correos, con lo cual –obviamente– llegaron tarde, así que tuvimos que recurrir al amiguete Eric Gil, de Eikyō, quien salvó la situación haciéndome llegar otras seis copias que tenía en su tienda. Así, al terminar la conferencia, hice entrega a la directora del Centro de Lenguas, la encantadora Lissa Sánchez, de uno de estos ejemplares, para que esté disponible para todos los estudiantes. Y poco más en cuanto a este día, regreso al hotel, y a descansar, que al día siguiente había que empezar bien pronto.
17 de septiembre
A las nueve de la mañana daba inicio la segunda de las conferencias en Panamá, en la Universidad Católica Santa María La Antigua, también en la capital, donde me recibió su vicerrector académico, el señor Francisco Blanco, que resultó ser de Valladolid. Se trataba de la misma conferencia que había dado el día anterior, así que me supo mal por la gente de la Embajada, porque tuvieron que escuchar mi rollo dos días seguidos. La asistencia fue algo menor que el día anterior –o lo parecía porque la sala era mayor–, pero las preguntas al final fueron igual de numerosas e interesantes. Y durante la misma vino otro equipo de televisión a tomar unas imágenes, aunque me dijeron que la idea era hacer también una entrevista, pero finalmente no pudo hacerse por un tema de horario. De nuevo, hice entrega de un ejemplar de mi libro para la biblioteca de la universidad antes de irme, espero que les sea interesante a sus estudiantes. Regreso al hotel y por la tarde pasaron de nuevo a buscarme para asistir a un cóctel en la residencia del Embajador, el señor Owaki Takashi, donde estaban también algunas de las personas que había ido conociendo desde mi llegada al país. Buena comida, un ambiente distendido y charlas muy interesantes, una estupenda forma de cerrar mi estancia en Panamá.
18 de septiembre
Por la mañana el coche de la Embajada pasó a buscarme por última vez, para llevarme al aeropuerto, donde tomé un corto vuelo hasta La Habana. Al llegar, tuve que esperar casi una hora para recoger mi maleta, porque los operarios del aeropuerto tuvieron algún tipo de problema. Cuando finalmente salí por la puerta, me encontré con un preocupadísimo Alejandro Sicilia, de la Embajada, porque ya íbamos tarde con respecto al horario previsto. Así, el conductor tuvo que pisarle un poco y no pude pasar por el hotel, para poder llegar a tiempo a una reunión en la Embajada junto con otros dos profesores, el mexicano Adolfo Laborde y el japonés Watanabe Yorizumi –una auténtica eminencia, con un CV impresionante. Tras la reunión sí pude pasar por el hotel un rato, antes de que nos pasasen a buscar para ir a cenar a la residencia del Embajador, el amabilísimo señor Fujimura Kazuhiro, donde de nuevo pudimos disfrutar de una estupenda cena y buena conversación. Por cierto, me hizo una especial ilusión que viniese a saludarme la autora de un artículo que publicamos hace un par de años en la revista Asiadémica. Al terminar, nada más, regreso al hotel.
19 de septiembre
La primera de mis dos conferencias en Cuba no se trataba propiamente de una conferencia, como las anteriores y la posterior, sino de una breve ponencia dentro de un workshop. Este llevaba por título “Proyecciones de la Política Exterior de Japón”, y se llevaba a cabo en el Centro de Investigaciones de Política Internacional, abreviado habitualmente como CIPI. Tras unas palabras de introducción del Embajador japonés y del director del CIPI, el profesor Adalberto Ronda –una persona encantadora–, me tocó a mí hacer la primera ponencia. El título de la misma fue “Las relaciones entre los gobiernos de Toyotomi Hideyoshi y Felipe II a finales del siglo XVI” y, bueno, la verdad es que no estaba muy relacionada con el tema general del workshop, porque se hablaba más del siglo XX, pero si a ellos les pareció bien invitarme, pues por mí no hay ningún problema. Después fue el turno para el profesor Watanabe, quien estuvo enorme, y después de una pausa para tomar un café, cerró la mañana un panel con tres ponencias sobre las relaciones entre Cuba y Japón. Al acabar hice entrega al profesor Ronda de una copia de mi libro, y nos fuimos a comer, el profesor Laborde, el profesor Watanabe, el Embajador Fujimura y yo. Nos llevaron a un estupendísimo restaurante italiano donde comí creo que el mejor plato de pasta que he comido nunca, y la conversación estuvo a la altura de la comida, descubriendo que el profesor Watanabe está muy interesado en la política catalana actual… y sí, hice todo lo posible por adoctrinarlo debidamente. Al acabar la comida, pasamos un rato por el hotel y después nos pasaron a buscar Alejandro Sicilia y Hayashi Genta, de la Embajada, para llevarnos a dar una vuelta por La Habana Vieja y –por petición mía– a visitar la estatua de Hasekura Tsunenaga, como la de Coria del Río. Una tarde muy divertida, la verdad.
20 de septiembre
El workshop del CIPI continuaba este día, y espero que fuese un éxito, pero mi agenda ya iba por otro lado, con una nueva conferencia sobre los samuráis en la Casa de Asia. En realidad tuvo lugar en la Casa de África –en la calle de al lado–, porque en la primera había algunos problemas técnicos y se trasladó de edificio… y de continente, podríamos decir, aunque ambientaron estupendamente la sala con una armadura samurái y otros objetos japoneses. La gente de la Embajada y los organizadores tenían un poco de miedo con respecto a la asistencia, porque un viernes a las diez de la mañana quizá no es el mejor momento para una conferencia, y porque actualmente Cuba está pasando por un momento de crisis de combustible, y para mucha gente desplazarse está suponiendo un esfuerzo considerable. Relacionado con esto, me impresionó mucho ver en los desplazamientos que hicimos estos días a mucha gente haciendo auto-stop, porque no pueden ahora mismo permitirse llenar el depósito ni para ir a trabajar, y como en cuestión de dos minutos alguien paraba su coche y recogía a quien iba en su misma dirección. Solidaridad cuando las cosas van mal, triste pero bonito. Pero, volviendo a lo que decíamos, los temores resultaron ser infundados, porque la sala se llenó por completo. Además, al terminar hubieron tantas preguntas y tanta gente se acercó a saludar, comentar y hacerse fotos, que tuvieron que decirnos que ya teníamos que irnos, porque se necesitaba el espacio para otra actividad. Un gustazo. Entregué también a la directora de Casa de Asia una copia de mi libro, y me llevaron de regreso al hotel. Y ya no hay mucho más que contar, porque salí a comer algo, pasé la tarde en mi habitación, preparé mi maleta y por la noche me llevaron al aeropuerto para regresar a casa, tras pasar de nuevo por Madrid.
Tengo que dar las gracias a mucha gente, porque el éxito de este viaje se debe principalmente a su trabajo, buen hacer y amabilidad. En lo que respecta a la Fundación Japón de Madrid, quiero dar las gracias especialmente a su director, el señor Yoshida, con quien me pude reunir en dos ocasiones y mostró siempre un gran interés en mi trabajo, y a Imamura Risa y Ana Mañero, cuyas gestiones fueron imprescindibles para la logística y burocracia necesaria. En cuanto a Panamá, quiero dar las gracias a la gente de la Embajada, empezando por el propio Embajador, el señor Owaki, y a Kojima Takumi y Yoshitake Kie, quienes se encargaron de que todo funcionase, y de que yo estuviese a tiempo donde tenía que estar; también a la Universidad Tecnológica de Panamá y su Centro Especializado de Lenguas, especialmente a su directora, Lissa Sánchez; a la Universidad Católica Santa María La Antigua, especialmente a su vicerrector académico, Francisco Blanco; y finalmente, en un capítulo más personal, al profesor Ronaldo José Rodríguez de León, por su amistad y guía. En cuanto a Cuba, quiero dar las gracias también a su Embajada, empezando por su Embajador, el señor Fujimura, y muy especialmente a Alejandro Sicilia, cuya ayuda y guía fueron imprescindibles; también quiero dar las gracias a todo el mundo en el CIPI, muy especialmente a su director, el profesor Adalberto Ronda, y al resto de participantes en el Taller que se llevó a cabo allí; y también a los directores de la Casa de Asia y la Casa de África. Obviamente, estoy también muy agradecido a todos los que asistieron a mis conferencias, porque sin ellos nada habría tenido sentido.
Espero que todas las partes implicadas hayan quedado tan satisfechas como yo con el resultado de este viaje, y que pueda repetirse en próximos años, visitando estos mismos u otros países.