Hoy, como ayer, sólo hemos tenido una clase, de once a doce, que ha estado dedicada a la ceremonia del té. No se ha hecho en nuestra aula de siempre sino en una gran sala que hay en un edificio cercano, que cuenta con una pequeña casita para la ceremonia del té y una amplia habitación de tatami justo al lado. El maestro Asanuma nos ha estado hablando acerca de la historia tanto del té en sí mismo como de la ceremonia, remontándonos nada menos que al año 2780 a.C. en China, y explicando también la relación entre la leyenda del monje Bodhidharma y el té –una leyenda que me encanta, como fan y pequeño coleccionista de darumas que soy. Me ha gustado especialmente cuando nos ha contado porqué en muchos idiomas al té se le llama «té» –o «tea», «tia», «the», «they», etc.– mientras que en otros tantos se le llama «cha» –o «chai», «cay», «chay», etc.–, resulta que depende de la zona de China de donde les llegó esta planta.
Después de comer en el comedor de la universidad, hemos vuelto al mismo edificio donde hemos hecho clase por la mañana y el maestro Asanuma ha querido añadir algo más a lo que nos había explicado ya, porque se había quedado sin tiempo antes de acabar todo lo que tenía previsto. Nos ha contado entonces que una ceremonia del té completa dura cuatro horas, y que la dedicada a preparar y tomar el té es sólo una pequeña parte de todo el proceso, porque el resto incluye por ejemplo una comida previa con varios platos –cuyo contenido ha sido decidido y planificado al detalle incluso seis meses antes. También ha querido que nos quedase claro que el verdadero sentido de la ceremonia tampoco es el té en sí mismo, sino disfrutar de la contemplación de las cosas bellas de la vida. Después nos ha estado enseñando algunos utensilios de su colección, principalmente boles o vasos para el té, incluido uno muy curioso hecho con una pelota de béisbol. Nos ha dicho que el más caro de todos era uno anaranjado, el de la segunda foto, aunque mi favorito –aparte de la pelota de béisbol– era uno marrón del periodo Edo, el de la tercera foto.
Y finalmente hemos podido hacer lo que se suponía que tocaba hacer por la tarde y que creo que es fácil de adivinar: una ceremonia del té, sí. Lógicamente, una versión adaptada a nosotros, con sólo la parte que consiste en preparar y beber el té, y en un ambiente relajado y sin la rígida etiqueta que una ceremonia del té “seria” requeriría. Primero hemos hecho el pequeño ritual de lavarnos las manos, que es casi idéntico al que se hace al entrar en un santuario, luego nos han enseñado como se entra en la casita del té y finalmente hemos pasado a la sala grande, porque en la casita del té no caben más de cuatro personas y éramos como veinte –los once que hacemos este curso y unos cuantos estudiantes de la universidad que vienen siempre con nosotros como voluntarios para echar una mano en lo que haga falta. Primero, las ayudantes del maestro Asanuma, vestidas con kimono, y tres alumnas que estudian la ceremonia del té han preparado un bol de té verde para cada uno de nosotros, tras tomar un pequeño dulce. Y después hemos hecho parejas entre nosotros y nos hemos preparado y servido mutuamente otro bol. Hay que decir que el sabor del segundo bol era muy distinto al primero –sin que se me enfade la compañera que me lo ha preparado, estoy seguro de que a ella le ha pasado lo mismo con el preparado por mí. Yo ya había participado en una ceremonia del té hace seis años –entonces fuimos sólo dos personas y el maestro– y recuerdo que entonces me sorprendió y para bien el sabor, lo esperaba más amargo.
Al acabar, hemos visto que mientras hacíamos la ceremonia había empezado a nevar fuera, pese a que por la mañana hacía un sol radiante, pero vaya, sólo ha estado nevando un par de horas y la nieve no ha llegado a cuajar. Una vez en el Kaikan, poco que contar, bastante ocupado con trabajo que se avecina, así que por hoy lo dejo aquí.