Tokio, 2015
Entre el 8 y el 14 de febrero he estado haciendo una pequeña visita a Tokio. Los motivos del viaje han sido varios: por un lado, unas –¿merecidas?– vacaciones para disfrutar de una ciudad alucinante como pocas que ya hacía tiempo que echaba de menos y volver a ver a algunos buenos amigos, pero de todo ello no hablaré aquí porque no es el lugar ni creo que interese a nadie; y, por otro lado, he ido a conocer en persona al co-director de mi Tesis Doctoral, con quien hasta ahora sólo había podido hablar a través de e-mails. Además, he aprovechado la ocasión para hacer algunas fotos que me serán útiles tanto para el libro que estoy escribiendo y del que hablé en una noticia anterior, como para añadir en alguna entrada de la web.
Durante uno de estos días hice una excursión a la cercana ciudad de Kamakura, en la prefectura de Kanagawa, un lugar muy recomendable para cualquier viaje por Japón, que además es la mejor forma de sumergirse un poco en el Japón antiguo si no se va a tener tiempo para visitar ciudades como Kioto o Nara y sólo se va a estar en Tokio. Ya había estado antes en Kamakura, pero hay un lugar que no había visitado aún y que me apetecía mucho, así que hacia allí me dirigí… pese a encontrarse en un punto un tanto apartado y de acceso algo complicadillo… sobre todo si se elige la ruta que yo elegí… los mapas no te dicen nada de la pendiente del camino o de los charcos congelados con los que puedes resbalar. Estoy hablando del Parque Genjiyama, donde se encuentra la estatua de Minamoto Yoritomo, el primer gobernante del shōgunato Kamakura, dominando el lugar con una actitud calmada pero firme. Tras una caminata de dos o tres kilómetros y aprovechando para visitar el peculiar santuario Zeniarai Benzaiten Ugafuku –de los pocos que combinan Shintō y Budismo–, llegué al monumento más famoso de la ciudad, el Gran Buda de Kamakura, que esta vez pude ver por dentro –la anterior, hace algo más de diez años, llegué fuera del horario de visita. Bastante cerca de allí, bajando hacia la playa, vale la pena pasar por el Hase-dera, un templo budista donde se encuentra una impresionante estatua de Kannon –que no puede fotografiarse, por cierto. Por la tarde fue el turno del santuario shintō más importante de la ciudad, el Tsurugaoka Hachiman-gū, con su gran torii de entrada y lo que queda de su milenario ginkgo, antes de volver a Tokio.
Otro de los días empezó con un paseo por el parque de Ueno –muy cerca del hotel en el que me he alojado– y su tradicional visita a la estatua de Saigō Takamori; y digo tradicional porque es una tradición mía ir a verla siempre que estoy en Tokio. Aún dentro del parque, dediqué dos o tres horas a visitar el Museo Nacional, en concreto los edificios Hōryū-ji Hōmotsukan y Honkan. En el primero de ellos se exhibe la colección del templo Hōryū-ji de Nara, objetos del periodo Asuka como espejos de bronce y, sobre todo, de arte budista. En el segundo tenemos un poco de todo, desde campanas dōtaku del periodo Yayoi a figurillas haniwa del periodo Kofun, espadas y armaduras de las élites samuráis de distintas épocas, elaboradas pinturas en biombos, vasos y objetos relacionados con la ceremonia del té, y un largo etcétera. Vale realmente mucho la pena guardar una mañana para pasar por aquí.
Estatua de Kusunoki Masashige, junto al Palacio Imperial
Espejo de bronce del siglo VIII,
Museo Nacional
Campana dōtaku de entre los siglos I y III, Museo Nacional
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Armadura gusoku, mezcla de estilos portugués y japonés, Museo Nacional
Tachi del siglo XII, considerado Tesoro Nacional, Museo Nacional
Junto a una armadura gusoku del siglo XIX, Museo Nacional
Máscara de teatro nō de los siglos XV-XVI, Museo Nacional
Mi tradicional visita a la estatua de Saigō Takamori en el parque Ueno
Pareja de haniwas de terracota del siglo VI, Museo Nacional
Paisaje en tinta del siglo XVI, Museo Nacional
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Armadura yoroi, copia del siglo XX de una del siglo XII, Museo Nacional
Katana del siglo XIV,
Museo Nacional
Silla de montar y estribos del siglo XVIII, Museo Nacional
Conjunto escultórico representando a los Doce Generales Celestiales, Museo Nacional
Estatuilla de Kannon del siglo VII, Museo Nacional
Detalle de un rollo ilustrado del siglo XVI, Museo Nacional
Casco de estilo ichinotani de los siglos XVI-XVII, diseño característico de Toyotomi Hideyoshi, Museo Nacional
Armadura haramaki del siglo XV, Museo Nacional
Tachi del siglo XIV,
Museo Nacional
Estribos del siglo XVIII y arco y flechas del siglo XIX, Museo Nacional
Grabado de Utagawa Hiroshige del siglo XIX, Museo Nacional
Y finalmente, en el último de los días que voy a comentar aquí, hubo varias visitas interesantes. Primero estuve en el pequeño templo Sengaku-ji, famoso por albergar las tumbas de los celebérrimos 47 rōnin; tiene un pequeño museo con algunos objetos relacionados con el llamado Incidente de Akō, como restos de las ropas de estos samuráis o el curioso recibo que emitió el templo al entregar la cabeza del señor Kira a su familia. En cuanto a las tumbas de los rōnin y el señor Asano, se puede hacer una ofrenda de barillas de incienso por 100 yens, con los que además se contribuye a la protesta del templo en contra de un proyecto de construcción de un edificio bastante alto justo en su puerta y que lo dejaría bastante arrinconado. Tras el Sengaku-ji visité la famosa Universidad Keiō –fundada por Fukuzawa Yukichi– donde da clase el profesor Asami Masakazu, quien tengo el gran honor y la gran suerte de que aceptase co-dirigir mi Tesis Doctoral, junto con el profesor Joan-Pau Rubiés, de la Universitat Pompeu Fabra, un privilegio por partida doble, pues. Estuvimos comiendo juntos y hablando de por dónde podría encaminar mi investigación, me dio algunos buenos consejos y comprobé que me queda mucho por aprender. Al salir de la Universidad Keiō me dirigí al Museo Edo-Tokyo, en el que ya he estado bastantes veces, pero resultó que están haciendo obras de renovación y hasta que las terminen sólo puede accederse a una zona en la que han preparado una especie de resumen muy resumido de lo que puede verse normalmente en el museo, una pena. Normalmente está dividido en dos zonas diferenciadas, la de Edo y la de Tokio, que tratan la historia de la ciudad hasta y desde 1868 respectivamente… en mi caso, me interesa mucho más la primera de ellas, pero ambas merecen mucho la pena.
Ha sido solamente una semana pero ha estado sin duda llena de grandes momentos, tanto en el ámbito personal como profesional-académico, y creo que ha sido una visita muy útil. Me despido desde el avión en el que vuelvo a casa, pasando ahora bastante al norte de San Petersburgo, en lo que creo que es ya Finlandia. Saludos.