Así de sencillo, no se me ocurría un título más acertado. Pero empecemos por el principio, al llegar esta mañana a clase nos hemos encontrado con tres periódicos de ayer en los que aparecíamos con nuestras vestimentas de sacerdotes shintō, y en uno de ellos salía la pequeña entrevista que dije que me hicieron el martes, nos ha hecho bastante gracia, aquí al lado os dejo una foto.

Acto seguido hemos empezado la clase, hoy teníamos dos horas con el profesor Kawano, la primera ha sido acerca del Budismo en Ise, porque aunque esto es algo así como el Vaticano del Shintō, también hay lugar –aunque sea menor– para el Budismo. Estas dos religiones conviven tranquilamente la una con la otra, en parte gracias a que el Shintō no es un religión tal y como lo entendemos, y a lo largo de la historia han llegado incluso a fusionarse en cierto modo. Con la llegada del periodo Meiji en 1868 ambas doctrinas se separaron por ley, y en Ise la mayoría de lugares de culto se dedicaron al Shintō. Hemos estado repasando datos sobre el número de creyentes de cada doctrina –la mayoría de japoneses se consideran seguidores de ambas– y de otras religiones, las diferencias de términos al hablar de una o de otra –no sólo entre santuarios y templos, muchos otros términos son distintos–, etc. Y como ejemplo de sincretismo, el profesor Kawano nos ha enseñado una foto de un rincón de su propia casa donde en dos metros cuadrados conviven un pequeño altar shintō donde se reza a los kamis y uno budista donde se rinde homenaje a los antepasados.

Después de la pausa, hemos analizado el templo al que iríamos después de comer, el Kongōshō-ji, en el monte Asama. Esta montaña es la más alta de toda esta zona, con 555 metros, y en el periodo Edo era una de las más famosas del país. Desde su cima, en un día muy claro, se puede ver el Fuji, pese a estar a más de 150 kilómetros de distancia. En cuanto al templo, fue fundado en el año 825 por el famoso monje Kūkai –o Kōbō-Daishi– (774–835), pertenece a la escuela zen Rinzai, y es de los pocos en los que se sigue rindiendo culto tanto a Buda como a Amaterasu.

Tras calmar el hambre con un generoso plato de ramen en el comedor de la facultad, el pequeño autocar de la universidad nos ha recogido para llevarnos al monte Asama. Hoy no llovía, por suerte, pero en la cima de la montaña –desde la que había unas bonitas vistas de Ise y de su bahía– hacía un viento absolutamente gélido. Nada más entrar hemos visitado un pequeño pero bastante impresionante museo del templo, que contiene algunas piezas consideradas tesoros nacionales, como una katana que perteneció a Minamoto Yoshitomo –padre de Yoritomo–, una estatua del periodo Heian que representa a Amaterasu como una adolescente, un documento escrito a mano por el mismo Toyotomi Hideyoshi, varios espejos de bronce del periodo Heian, y muchas otras interesantes reliquias que vale la pena venir a ver. El amable monje que nos ha hecho la visita por el museo se ha prestado a acompañarnos por el templo, para lo cual ha cerrado el museo, ni más ni menos.

La katana –o, más concretamente, el tachi– de Minamoto Yoshitomo… impresionante

La escalera que da entrada al templo Kongōshō-ji

El Taikobashi y su estanque, una estampa de postal

Y el templo es, sencillamente, maravilloso. Sé que el otro día comenté lo mucho que me había impresionado el Santuario Interior, y es verdad, pero lo de este templo es una historia distinta. El Santuario Interior impresiona sobre todo por lo amplio de los espacios, lo gigantesco de los árboles, lo limpio y perfecto que es absolutamente todo, allá donde mires, lo sencillo de las formas… es muy shintō, sin más. En cambio, este es un templo relativamente pequeño, no hay nada cuya grandeza te deje sin aliento, pero es que es precioso, pongo unas cuantas fotos que espero que os sirvan para haceros una idea. Nada más entrar por la puerta principal, al final de unas escaleras –la que se ve en la primera foto del templo– llegamos a un pequeño espacio con un estanque y un puentecillo rojo, el Taikobashi, y parece realmente una postal. Al fondo encontramos otras escaleras de piedra que nos llevan al edificio principal del templo, que nuestro amigo el monje nos ha abierto para que pudiéramos entrar dentro y ver la detalladísima decoración y las figuras que se guardan aquí… aunque en este espacio nos ha pedido que no hiciésemos fotos.

La puerta Gokurakumon

El monje que nos ha hecho de guía

Paseando por una calle que sale de su puerta acabamos llegando a la Gokurakumon, una puerta por la que en teoría se accede a la Tierra Pura del Buda Amida. Pasada esta encontramos un largo sendero de piedra que te puede dejar bastante impresionado. A ambos lados vas encontrándote con pequeños monumentos funerarios de piedra, algunos muy antiguos y cubiertos de musgo, otros nuevos y relucientes; y largas tablas de madera –algunas altísimas– llamadas sotoba, repletas de caracteres en sánscrito y japonés, que sirven para rogar por las almas de personas fallecidas… sobrecoge bastante ver, aquí y allá, objetos personales colgados en algunas de ellas, como una corbata, unas gafas, una gorra, un reloj, o incluso un muñeco de Winnie the Pooh, como se puede ver en una de las fotos. También nos han enseñado algunas que colocan los pescadores de la zona, una cada mes, para rogar por las almas de los peces que pescan… y os informo de que para poner estas tablillas hay que pagar una cantidad al templo, mayor cuanto más grande sea la tabla. Al final de este camino encontramos otra pequeña zona abierta con algunos edificios menores, donde destacan numerosas estatuíllas de jizō, estos bosatsus protectores de los niños a los que suele colocarse un gorrito de lana roja.

Y, desde ahí, toca volver siguiendo el mismo camino, lo que tampoco molesta demasiado, la verdad, aunque haga un viento helado como ha sido el caso, porque el sitio es único. Hemos bajado la montaña en nuestro querido pequeño autocar –hoy más querido que nunca por su calefacción– y hemos ido directamente al Kaikan, el edificio en el que nos alojamos. Un par de horas de descanso y el mismo autocar nos ha pasado a recoger para ir a cenar fuera, que es viernes por la noche, a una cervecería donde nos hemos puesto de comer hasta las orejas –y de beber, obviamente, que para eso era una cervecería… aunque yo no bebo.

Mañana no tenemos clase, pero sí algunas actividades interesantes, así que mañana también habrá entrada. El domingo no, es el único día libre de estas tres semanas y me lo voy a tomar al pie de la letra.