Pues sí, hoy era el día que todos estábamos esperando con temor y desespero, el día 12. ¿Por qué? Porque hoy teníamos que hacer, cada uno de nosotros, una presentación de unos diez minutos delante de un montón de profesores de la universidad sobre un tema de elección libre, ya fuera relacionado con lo que hemos aprendido en estas tres semanas o con nuestra propia investigación. Bueno, ¿y dónde está el problema? Pues en que la presentación era en japonés –¡ups!– y tras ella los profesores podían hacerte cualquier pregunta –¡ouch!. A mí me encanta hacer presentaciones, charlas y conferencias, ¿un montón de gente escuchándome soltar mi rollo? ¡Genial! Me chifla soltar mi rollo. Pero en castellano, catalán o inglés. Con el japonés la cosa se me complica un poco, y las preguntas posteriores… el horror.

En fin. Aunque estas tres semanas he aprendido un montón de cosas interesantes, supuse que muchos compañeros ya hablarían de todo ello y además –seamos sinceros– a mí me gusta hablar de lo mío, como a Umbral. Mi investigación actual está aún en pañales, así que pensé en hablar de algún tema que haya investigado anteriormente y que pudiera ser más o menos entretenido. Bingo, la Embajada Keichō. Tiene ese punto de aventura recorriendo el mundo, y el romanticismo de los proyectos fallidos –pues fue un fracaso estrepitoso. Y nada, durante la última semana he estado preparando esta presentación, en los ratos libres entre clases, excursiones, escribir este diario, hacer expediciones de investigación sobre el mundo de la gyōza, etc. He tenido que pedir algo de ayuda con el tema del idioma incluso.

Y nada, hoy me he levantado pronto para acabar de rematar la faena, luego me he ido a la biblioteca para devolver algunos libros que había pedido prestados la semana pasada y después he ido a nuestra aula, a esperar al resto de compañeros. Hasta la hora de comer teníamos la mañana libre para trabajar en las presentaciones y, después de comer, nos han llevado a una gran sala donde se llevaría a cabo el calvario. A mí me tocaba presentar en la octava posición. Y nada, mis compañeros han ido desfilando por el estrado y sus presentaciones han estado muy bien. Ha habido siempre varias intervenciones por parte de profesores al terminar, pero en muchos casos no se trataba de preguntas sino de comentarios o aportaciones, con incluso algún pequeño debate entre los mismos profesores… lo cual está bastante bien porque tú no tienes que decir nada.

Cuando me ha tocado a mí, pues nada, les he soltado mi rollo lo mejor que he podido, con mi presentación llena de animaciones, mapas moviéndose y esas cosas que hago para entretener al personal, con algún comentario graciosillo aquí y allá –bien recibidos, por suerte–, lo usual, vaya. Y ha llegado el turno de preguntas. Sólo ha intervenido un profesor –Okada, que ha sido el azote de absolutamente todos nosotros– y ha hecho una pregunta y un comentario. El comentario era acerca de un espejo que, según él, se había encontrado hacía poco en Europa y que había pertenecido a Hasekura Tsunenaga. Y la pregunta era relativa a la ruta que había seguido la embajada, me ha dicho que él creía que habían tomado la ruta que bordea África, no la que atravesaba el Pacífico. A lo primero, lo del espejo, le he dicho que no tenía ni idea de ello, que lo buscaría y que gracias por el dato. A lo segundo le he dicho que los castellanos siempre habían usado la ruta de México a Filipinas para ir a Japón, y que aunque al principio sí que usaban la que bordea África para volver a Castilla, a partir de 1565, con el descubrimiento del llamado «tornaviaje», siempre habían usado la ruta de Filipinas a México. Bueno, esto se lo he explicado como he podido, la verdad… espero que me haya entendido, pero la verdad es que lo único que quería era volver a mi sitio y olvidarme del tema de la presentación.

La portada de mi presentación

La imagen más celebrada de mi presentación: samuráis con sevillanas

¿Se me entiende o no?

Al acabar hemos podido volver a nuestras habitaciones un rato, lo justo para cambiarnos y ponernos guapos para ir a la cena de despedida, con unos cuantos profesores y gente de la universidad, y representantes del ayuntamiento y la asociación de turismo de la ciudad. Nos han llevado a cenar a un restaurante chino. Aunque debo aclarar a quien no lo sepa que las diferencias entre un restaurante chino en Europa y Japón son abismales, aquí suelen ser bastante de lujo. Para que os hagáis una idea, hemos ido y vuelto en el autobús propiedad del restaurante con el que recogen a sus clientes. Ahora ya podré decir que me he montado en un autobús de un restaurante chino, mira.

El gran Tamada-san completamente anonadado con su regalo, sin saber qué decir

Nos tenían preparada una gran sala privada con dos grandes mesas por las que han ido pasando nada menos que doce platos, y como pasa siempre en estos saraos con japoneses, durante la cena nos ha tocado a todos soltar un discursito. Primero los alumnos, individualmente, hemos tenido que ir levantándonos a hablar, básicamente para dar las gracias por estas tres semanas y tal. Cuando el último de nosotros ha hablado, le hemos dado al señor Tamada –el coordinador de este curso y nuestro padre aquí– un regalo sorpresa que habíamos comprado entre todos, una botella de sake del bueno. Casi se le saltan las lágrimas al pobre. La verdad es que se ha portado mucho mejor de lo que su trabajo y las normas básicas de educación le exigían, creo que es una de las mejores personas que he conocido y no le podremos agradecer nunca lo suficiente todo lo que ha hecho. Por cierto, el profesor Okada ha venido a pedirme disculpas porque se había equivocado, en su comentario sobre el espejo había confundido la Embajada Tenshō de 1582 con la Embajada Keichō, y me ha traído incluso fotocopiado el artículo en el que se hablaba de ello. Estupendo. Algo más tarde, todos los presentes han ido también soltando su discurso de rigor, hasta que han llegado los postres y hemos empezado a desfilar hacia el autobús de nuevo.

Ya en nuestro edificio, reunión final en torno a un montón de bebida y cosas de picar, para comentar todo lo sucedido en la jornada y aprovechar nuestra última noche juntos en Ise. Mañana hay un pequeño acto de despedida, que no debería durar más de media hora, y a mediodía saldremos en tren para Nagoya, donde nos alojaremos en un hotel junto al aeropuerto –no todos, hay alguno que se queda en Japón– y el sábado por la mañana volveremos a casa, a la de verdad.