La mañana en Kioto, tras el generoso desayuno en el hotel, ha empezado con una visita al cercano templo Tō-ji, fundado sólo dos años después de que la capital se trasladase –como hemos hecho nosotros– de Nara a Kioto. Hemos entrado en varios de los edificios, incluida la planta baja de la pagoda de cinco pisos, que normalmente está cerrada al público pero que este año han decidido abrir durante dos meses –ignoro el motivo pero bienvenido sea. En ninguno de estos sitios estaba permitido hacer fotos, así que me temo que no puedo ilustrar esta visita más que con la foto que tenéis aquí a la izquierda. La verdad es que no entiendo demasiado esto de no dejar hacer fotografías, ¿cuál es el motivo? ¿Creen que alguien va a dejar de querer visitar uno de estos lugares por haberlo visto ya en una fotografía? Yo creo que al contrario. Entiendo lo de no poder usar flash, porque puede dañar las piezas exhibidas, pero no poder hacer ni siquiera un dibujo –en algunos sitios lo especifican– me parece algo ilógico… en fin, ellos sabrán, por otro lado.
Después era el turno de un santuario, el Yasaka-jinja, situado en el famoso barrio de Gion –sí, el de las geishas–, fundado a mediados del siglo VII. Allí, un jovencísimo sacerdote shintō, graduado en la Kogakkan hace tres años, nos ha enseñado algunas curiosidades, como una pequeña estatua de Buda que tienen guardada en un pequeño armario y cuyo origen desconocen. Otro buen ejemplo de sincretismo, sin duda. Muy curiosa también una pintura de un gallo, a la que poco después de ser pintada se le añadieron unas líneas representando una jaula, porque, según nos ha contado nuestro guía, el gallo parecía tan real que temían que se escapase del cuadro. Al acabar la visita nos han llevado a las oficinas del santuario –curioso– y en una cafetería que hay dentro nos han invitado a tomar un té.
El Yasaka-jinja
Hemos tenido entonces un par de horas libres para comer –unos soba con pato buenísimos– y hacer algunas compras por las tiendas que hay en las calles que llevan al templo Kiyomizu-dera, repletas de turistas, por cierto –la mayoría chinos, estos chinos que tanta manía le tienen a Japón, en teoría. Yo sólo había estado en Kioto una vez, hace algo más de siete años, y sólo pasé en la ciudad dos días; en aquella ocasión ya visité este templo, pero no me ha importado en absoluto repetir, es un lugar impresionante.
El Kiyomizu-dera
Dando un paseo de unos cuarenta minutos hemos vuelto a la gigantesca y moderna estación central de Kioto para tomar un tren de vuelta a Ise –un par de horas aprovechadas para trabajar un poco, como de costumbre. Ha sido un fin de semana genial, sin duda, aunque hemos acabado cansados físicamente y creo que el Kaikan nunca me ha parecido tanto un hogar como hoy al abrir la puerta de mi habitación. Sin duda, una manera estupenda de terminar nuestra segunda semana de curso.