Pues ya es jueves, parece mentira, la primera semana pasó bastante lenta, pero esta segunda va a toda velocidad o me lo parece a mí. En fin, hoy volvemos a repetir el esquema de dos clases antes de comer y excursión por la tarde, y es el último día que lo hacemos así, según nuestro schedule, mañana toca todo clases, aunque sólo tres, el fin de semana estaremos fuera y la semana que viene la tenemos algo más vacía en general.

La primera de las dos clases de hoy era con el profesor Kanno, y trataba de la relación entre el Shintō y el bushidō. La verdad es que mi posición antes de empezar la clase era un poco escéptica, porque yo soy bastante crítico con toda la mística que rodea al bushidō –aunque también la encuentro muy atractiva, ojo– y afirmo que es una construcción artificial y menos antigua de lo que muchos creen, creada para favorecer la obediencia hasta la muerte al superior. Y por lo que sé del tema su relación con el Shintō es aún más artificial y moderna, puesto que, si analizamos el Shintō antiguo, vemos que ambas doctrinas son incluso contradictorias en muchos puntos… pero tenéis mucha más información al respecto en el artículo sobre Motoori Norinaga y los Kokugaku.

De todas formas, el profesor Kanno estaba de acuerdo en que el bushidō, tal y como lo conocemos, el de Nitobe Inazō, poco o nada tiene que ver con la ética de los samuráis antiguos, los que se dedicaban a hacer la guerra, y no a escribir poesías. Ha resultado que su visión era también bastante crítica al respecto, lo que me ha alegrado mucho. Hemos aprendido muchos datos interesantes que desconocía, como que la bandera vertical o estandarte que los samuráis solían llevar a la espalda en la batalla, además de servir como identificación, deriva de esta pequeña rama de árbol con papeles colgados que se utiliza en muchos rituales shintō. Por cierto, aviso desde ya mismo de que hace tiempo que dejé de debatir este tema del bushidō en internet con gente muy motivada que se cree a pies juntillas las cuatro cosas que cree saber del tema. Tampoco debato sobre la existencia de los ninjas o Superman, lo digo por si acaso.

La siguiente clase corría a cargo del profesor Chieda, el mismo que ayer nos hizo de guía en la visita de la tarde, y volvía al mismo tema que las dos clases del martes, el intercambio de Ise con el resto del país, pero esta vez desde una perspectiva económica. Las clases son en japonés y me cuesta bastante seguirlas, tengo que tener los cinco sentidos en ello, así que la cosa se complica si encima hablamos de temas económicos, por lo que no os voy a explicar nada de la clase –no me he enterado de demasiado, seamos sinceros. Para ilustrar la clase, ya que no os cuento nada, os pongo la foto de un antiguo billete japonés, de finales del periodo Edo; por un lado está una fotocopia en color de ambas caras y, por otro, el billete original, dentro de una funda de plástico.

El profesor Kanno dando clase

Los billetes antiguos del profesor Chieda

Tras la comida, hoy de nuevo en el comedor de la universidad, ha pasado a buscarnos otra vez un pequeño ejército de taxis –¿qué le ha pasado a nuestro querido autocar?– para llevarnos a la excursión de la tarde. Hemos estado visitando muchos edificios de un barrio antiguo de Ise llamado Kawasaki, como un negocio de refresco de sidra –riquísima–, un almacén de documentos y libros del periodo Edo, un par de posadas reconvertidas en museos, un museo propiamente dicho, algunas tiendas… la verdad es que, ahora que me pongo a pensarlo, hemos estado en muchísimos sitios esta tarde. Incluso hemos visitado una tienda de cuchillos donde también los afilan, y el señor de la tienda ha afilado un cuchillo para que viésemos cómo lo hace y, al acabar, ha empezado a cortar cosas con él y nos hemos quedado con la boca abierta: hojas de papel, una pequeña toalla doblada cuatro veces, tela, etc., y todo como si fuese mantequilla. Hasta me he comprado un kimono en una tienda de kimonos usados.

Dando un pequeño paseo hemos vuelto a nuestro Kaikan y hemos tenido casi dos horas libres, hasta que la flotilla de taxis nos ha llevado a cenar fuera, a un precioso restaurante especializado en tofu, aquí al lado tenéis la foto de la entrada. Teníamos una habitación para nosotros solos, éramos quince, con un gran ventanal que daba a un jardín interior y al río, realmente bonito todo el entorno. Y entones han empezado a traer comida, nada menos que catorce –¡catorce!– platos distintos de tofu para cada uno, una cosa grotesca por lo exagerado, en serio.

Al acabar, el batallón de taxis ya estaba esperándonos fuera para volver al cuartel general.

El restaurante de tofu